Como consecuencia de la crisis, Pere Ferrés -el padre de la cineasta- se vio obligado a cerrar el negocio familiar, una empresa de autocares que fundó su abuelo y en la que el mismo Pere había trabajado toda la vida. La demanda de autobuses ha caído de tal manera que debe vender su flota y echar el cierre a los locales. Para sobrevivir, se dedica a alquilar y conducir una furgoneta para despedidas de soltero o similares, lo que suele suponer habérselas con un público anegado en alcohol, que tiene un trato desconsiderado y grosero hacia él y su vehículo. Y en ese ambiente desagradable, Pere es capaz de salir adelante con la cabeza alta.
La película es, ante todo, un retrato de Pere, quien, aunque forzado a sus 53 años a empezar una nueva etapa en su vida, no pierde la sonrisa ni la dignidad. Laura Ferrés ha mezclado de forma oportuna realidad y ficción. Cuenta lo que sucedió no tanto a través de una narración, sino por medio de la figura de su padre, un hombre alegre -aparece cantando y bailando-, que afronta la nueva y dura realidad, en emplazamientos reales, pero también con escenas inventadas, sin duda para darle un ritmo continuado. Del mismo modo hay variedad en los personajes, Pere y su madre -por tanto, la abuela de la directora- actúan con total espontaneidad ante la cámara haciendo de sí mismos en la casa o en exteriores, mientras que el resto del «elenco» aparece en general más envarado. La madre de Laura Ferrés no aparece ni es nombrada en ningún momento, pero hay una frase de Pere que podría explicar tal ausencia, cuando dice que no ha tenido suerte con las mujeres y que lo han llevado por la calle de la amargura.
No se entiende muy bien a qué obedece el título, pero en todo caso eso es un defecto menor. En conjunto el «corto» de Laura Ferrés está bien realizado, gracias también al excelente equipo técnico del que se ha rodeado, y es sobre todo un poema de amor a su padre.