Beatrice es una condesa charlatana, una mitómana con aires de grandeza, extrovertida y extravagante, que procede de una familia acaudalada. Desconcertante en sus reacciones, tiene una gran inteligencia para engañar y manipular a los demás, pero es también una mujer tierna y generosa. Donatella, una joven tatuada, es todo lo contrario, callada, introvertida, vulnerable, profundamente triste. Las dos reciben tratamiento en la clínica psiquiátrica Villa Biondi, una institución ubicada en una hermosa villa en plena Toscana. Al principio, la relación de las dos mujeres es bastante conflictiva, pero cuando ambas, casi por accidente, se encuentran fuera del centro y perdidas, se embarcan juntas en una serie de aventuras que dan lugar a situaciones complicadas y, por momentos, hilarantes, y va naciendo entre ellas una amistad conmovedora.
La película, entre la comedia y el drama, se convierte en una road movie siguiendo a esas dos mujeres dispuestas a cualquier acción insensata para gozar de algunos momentos de libertad e intentar arreglar algún asunto pendiente en sus vidas. Beatrice quiere controlarlo todo, se inventa identidades y provoca así alocadas situaciones cómicas, que consiguen aligerar los momentos más dramáticos. Donatella arrastra con apatía la inmensa tristeza de su pasado, pero acaba abandonándose a la energía y las iniciativas de su amiga.
Es maravillosa la fotografía de los paisajes deslumbrantes de la Toscana, bajo el sol o con la lluvia, a plena luz o en suaves atardeceres. Valeria Bruni Tedeschi y Micaela Ramazzotti interpretan a la perfección sus respectivos personajes. Paolo Virzì nos hace pasar de la risa a las lágrimas en un instante, con unas situaciones que, en sí mismas, resultan cómicas, pero con unos personajes entrañables que nos enfrentan con el drama de la insania mental.
A partir del reencuentro con las personas que habían formado el entramado de las vidas de Beatrice y Donatella, Paolo Virzì consigue dar la impresión de que el mundo exterior es otro manicomio, aunque no oficialmente reconocido como tal. Como si en el mundo -o, por lo menos, en Italia-, la cordura brillara por su ausencia.
Es maravillosa la fotografía de los paisajes deslumbrantes de la Toscana, bajo el sol o con la lluvia, a plena luz o en suaves atardeceres. Valeria Bruni Tedeschi y Micaela Ramazzotti interpretan a la perfección sus respectivos personajes. Son dos magníficas artistas que llevan a cabo un gran trabajo, muy bien secundadas por el resto del reparto.
Locas de alegría es una historia previsible, pero eso no significa que sólo sea una comedia de entretenimiento para el espectador, porque, aunque los episodios de la huida y persecución de ambas mujeres no sean más que escenas más o menos divertidas, acaban dejando aflorar temas de hondo calado que mueven a la reflexión. Al final no se sabe bien cuál de las dos mujeres salva a la otra, porque entre ellas ha nacido una amistad tan profunda que cada una encuentra refugio y esperanza en la otra. Lo que queda patente es el carácter lenitivo de los afectos ya que toda persona, también los enfermos mentales, tiene necesidad de cariño.
La película es un himno a los buenos sentimientos, que llenan de luz y esperanza la vida del hombre. Tal como hay personas corrosivas, capaces de abandonar a los desvalidos a su suerte, aparecen seres generosos y comprometidos, como los padres adoptivos y el personal del hospital, especialmente el director médico y la directora religiosa, que se ocupan de las pacientes con humanidad, consideración, respeto y afecto.
Una historia divertida y tierna, que deja un regusto dulce y amargo a la vez.