HUMILDAD PARA PEDIR Y MAGNANIMIDAD PARA DARSE.
La actriz Gloria Graham, quien en 1952 ganó el Oscar a mejor actriz de reparto por su participación en la película Cautivos del mal, a sus 57 años ha dejado de resultar interesante para papeles cinematográficos. Hace entonces de la necesidad virtud, y realiza su viejo sueño de aparecer en los escenarios ingleses. No se trata de grandes producciones, pero a fin de cuentas, es teatro.
Cuando la actriz sufre un colapso en un hotel de Lancaster, el entorno de Gloria se pone en contacto con el actor británico Peter Turner, de 28 años, para que se haga cargo de ella, puesto que se niega a ser atendida por ningún médico. Poco tiempo antes, ambos habían vivido una apasionada historia de amor, a la que ella puso fin de forma drástica. La que fuera reina del cine negro sueña con reponerse de su enfermedad en Liverpool, en la humilde casa familiar de su antiguo amante, y que sea Bella, la madre de éste, quien la cuide.
El guion se basa en las memorias del propio Peter Turner, escritas después de la muerte de Gloria Graham, en las que relata su intensa relación, entre 1979 y 1981. A pesar de ser un corto período de tiempo, Paul McGuigan juega con saltos temporales muy acertados, que le dan agilidad a la acción. Entre el ayer romántico, cuando Gloria se sintió atraída por el joven aspirante a actor, quien inmediatamente se enamoró locamente de ella, y el hoy doloroso, lleno de silencios que expresan unos vínculos de amor más profundos todavía. Hay también momentos de humor que aligeran oportunamente la tensión dramática y excelentes tributos a números de actores. En dos tiempos -el pasado, con su idílica relación y las primeras sombras que van a resquebrajarla, y el presente, en que la enfermedad y la proximidad de la muerte hacen aflorar lo esencial de un sentimiento de amor sincero-, asistimos a un soberbio trabajo de interpretación de Annette Bening y de Jamie Bell, que hacen creíble una historia de amor improbable en sí misma, pero que sucedió en la realidad. La química que existe entre ambos no nos permite dudar ni por un instante de la sinceridad de su amor. Lejos del cliché de la estrella apagada que se hunde en la tristeza y se autodestruye, Annette Bening está magnífica encarnando a una mujer llena de contradicciones, sensible y fuerte, con vigor para aceptar los embates del destino -el cine ya no cuenta con ella-, decidida para rechazar lo que no quiere -asistencia médica-, y humilde para tender la mano y solicitar apoyo y cariño. Los actores secundarios ofrecen también papeles extraordinarios. Julie Walters está maravillosa como Bella, la madre que ama y acoge incondicionalmente, y no le va a la zaga Kenneth Cranham, su discreto marido, que comprende y se conmueve más de lo que deja traslucir. Y, aunque sea por un instante, en un brevísimo papel, la octogenaria Vanessa Redgrave es capaz de llenar la pantalla.
Lo más destacable de la película es que mezcla las clases sociales y las edades sin detenerse en ello. La actriz glamurosa se siente amparada en un hogar de obreros; los padres de Peter y el hijo de Gloria admiten su relación sin cuestionarla. En el centro del relato está el ser humano, desprendido de todo lo accesorio y circunstancial -posición social, apariencia física…-, altruista, capaz de sentimientos de bondad y compasión. El film es un canto a las relaciones humanas valiosas, con humildad para pedir y magnanimidad para darse.