Sorrentino nos traslada a un hotel-balneario de lujo en los Alpes suizos. Allí pasan sus vacaciones dos octogenarios, amigos de toda la vida, Fred Ballinger, un prestigioso compositor y director de orquesta jubilado y Mick Boyle, renombrado director de cine que aprovecha esos días de descanso para dar el empujón final al guion de la que será su última película. Alrededor de esos dos personajes emblemáticos, que se saben próximos ya a su final, aparecen personajes de todas las edades cada uno con su angustia o su dolor, un joven, brillante y frustrado actor de Hollywood, una miss, una antigua gloria del fútbol –sosia de Maradona– gordo hasta casi no poder moverse, una adolescente, un niño violinista, y la misma hija de Ballinger, a quien acaba de abandonar el marido para irse con una cantante de pop.
Michael Caine y Harvey Keitel realizan unas interpretaciones magistrales, pero cabe decir que todo el elenco está magistral. La elegancia, la moderación, los sentimientos contenidos sufren una sacudida espectacular con la aparición de una Jane Fonda sorprendente y espectacular.
El film está muy bien dirigido, tiene un ritmo perfecto y una fotografía bellísima. Es una película filosófica, que trata temas siempre apasionantes, como la vejez, la belleza, la juventud, el cine, el amor, el deseo, la frustración, la incomprensión… Sorrentino, tal vez más nihilista que nunca, parece proyectar una mirada desgarradoramente burlona sobre los personajes y combina la amarga nostalgia y la fina ironía con el cinismo más deprimente en unos diálogos que abordan cuestiones existenciales pero que sólo enuncian sin llegar a profundizar en la reflexión.
Si uno va con el recuerdo de “La gran belleza”, es posible que “La juventud” le decepcione. Pero, sin llegar al nivel de su antecesora, es una buena película, de un gran director, con momentos brillantes y con unos actores excelentes.