El impresionante Monasterio de Sion, de la Orden del Císter, en los Países Bajos, cuenta con espacio suficiente para 120 monjes. Sin embargo, la comunidad ha ido mermando hasta llegar en 2013 a sólo 8 monjes y el edificio resulta excesivamente grande. No hay, pues, más remedio que abandonarlo y buscar un lugar en el que asentarse para poder continuar con su vida consagrada a la oración. La pequeña comunidad solicita permiso a la Orden para poner el antiguo monasterio a la venta y fundar uno nuevo en la llamada «isla de los monjes grises», Schiermonnikoog.
Anne Christine Girardot, cineasta francesa residente en Holanda, fundó en 2005, junto con John Gruter, la productora Nachtzan Media. Cuando se enteró de que el Monasterio de Sion estaba en venta, se dirigió allí de inmediato en busca de la noticia. Los monjes no sólo la acogieron con amabilidad, sino que no tuvieron ningún inconveniente en dejarse entrevistar, o, más bien, en mantener con ella conversaciones francas sobre su pasado, de la comunidad del Císter como tal y de cada uno de ellos en particular y explicarle cómo fue el hacerse monje en pleno siglo XXI. Y le hablaron también de su presente, lleno de dudas y preocupaciones, y de su futuro incierto, en el que se están aventurando con la paz que sólo puede proporcionar la fe inquebrantable en Dios. Porque están convencidos, en palabras del Padre Abad, el fraile Alberic, que «el futuro es lo que se siembra hoy. Pero al mismo tiempo hay una significación más profunda: el futuro nace de Dios y nosotros podemos contribuir a ello».
Apenas si en el film oímos la voz de la entrevistadora, tan sólo algunas preguntas a los monjes o a algunos de los seglares que frecuentaban el viejo monasterio o a los que, sorprendidos, han visto monjes por las calles de Schiermonnikoog. Es la cámara quien mira, inquiere, muestra y pregunta, y los monjes hablan o expresan. Hay tomas en picado, desde lo alto del cielo, como si fuera la mirada providente y amorosa de Dios, y tomas muy cercanas, para captar el gesto de cada monje y penetrar en su interior. A veces vemos cómo la luz del faro se proyecta sobre la isla, como un símbolo de que los frailes, con Dios en el centro, constituyen una referencia, una luz que disipa las tinieblas en la noche del hombre.
La vida de esa pequeña comunidad discurría con total tranquilidad, dedicados a la oración y al trabajo de sus manos, en jornadas perfectamente marcadas por los siete oficios diarios, desde Maitines, cuando todavía no ha amanecido, hasta el rezo de Completas, al comenzar la noche. Ora et labora. Pero ahora, sin perder su ritmo de vida retirada y orante, deben afrontar el reto de mudarse a otro lugar. Es un momento propicio, muy bien aprovechado por Girardot, para que cada uno se revise y vuelva a preguntarse por qué decidió un día hacerse monje y por qué se ha mantenido fiel a lo largo de los años.
La película quiere, además, buscar la respuesta a la gran pregunta que se hacen muchos hombres en el mundo de hoy: «¿Para qué sirven los monjes?» Ellos responden sin dudarlo: «Los monjes no tienen un uso, la vida de monje es ser signo de la presencia de Dios». Como siempre, los problemas y los dilemas humanos sólo se solucionan por elevación. El film no está dirigido concretamente a creyentes, sino a cualquier persona con intereses humanísticos, capaz de dirigir su mirada más allá de lo inmediato que salta a la vista, para profundizar en las íntimas aspiraciones del ser humano de encontrarse con su Creador. Porque aun sin ser creyente, se puede entender la grandeza de la vocación religiosa sólo con dirigir la mirada hacia lo alto, hacia los grandes valores que esmaltan y ennoblecen la vida cotidiana del ser humano. Sin esa capacidad, si se mantiene la mirada a ras de suelo, no se puede comprender lo mejor del ser humano, su grandeza para amar generosamente y su apertura al infinito.
La fotografía es una de las más bellas que hayamos podido ver en los últimos tiempos. Esto unido a la naturalidad con que los monjes se enfrentan a la cámara, hace del documental una película muy interesante, que ha sido ya reconocida con numerosos galardones. Cuando el 18 de octubre de 2016, recibió el Premio SIGNIS al mejor documental del Festival de Cine Religion Today de Trento, Italia, el Jurado expresó que el filme de Girardot es «un documental de altos valores cinematográficos, que se acerca con sensibilidad y respeto, a la vida de una pequeña comunidad de monjes cistercienses, en la víspera de una decisión fundante».
La distribuidora Bosco Films ha apostado por esta hermosísima película a sabiendas de que los documentales suelen dar menos beneficios que las obras de ficción. Asumir el riesgo de apostar por la calidad -en el fondo y en la forma- es algo que los amantes del cine no podemos por menos que agradecer.