CON LA AUSENCIA DEL PADRE
Sara tiene 22 años y está sola sin nadie que la ampare. Vive en un piso de acogida con su bebé, pero ya se le acaba el plazo y tiene que buscar un lugar en el que instalarse. El padre de su hijo está dispuesto a ayudarla y a cuidar del niño, pero no quiere casarse con ella ni tener otra relación que la estrictamente necesaria para el bien del niño. Ella sobrevive como puede haciendo trabajos de limpieza temporales, pero parece que por fin ha encontrado algo fijo como ayudante de cocina con un jefe correcto y humano. Esto le permite pedir la custodia de su hermano de 8 años. Sin embargo inesperadamente, tras años de ausencia, su padre vuelve a aparecer en sus vidas.
Como sucede en algunos relatos de finales del XIX –como, ciertos cuentos de Maupassant–, Belén Funes nos introduce de súbito en la vida cotidiana de un personaje. No hay introducción, ni flashbacks, ni explicaciones, ni epílogo. Es solo un fragmento cortado con dos tajos netos en el camino existencial de Sara. El pasado, los acontecimientos o circunstancias que la han traído hasta aquí se dejan a la imaginación del espectador. ¿Cómo fue la infancia de Sara? ¿Y su madre? ¿A qué se debe esa lesión en el oído, que sangra a veces y la obliga a llevar un audífono? ¿Hay que pensar que sufrió malos tratos o es una metáfora de heridas profundas en el alma, que siguen abiertas y bloquean de algún modo su relación con el entorno? Y a partir de ahora, ¿qué será de ella?
Sara es muy valiente, es una luchadora frente a todo tipo de adversidades. La vida la maltrata, la pisotea una y otra vez, y otras tantas vuelve a levantarse para seguir adelante. Como una heroína pode los Dardenne (Dos días, una noche, La chica desconocida) o como tantas personas que cada mañana se crecen sobre su mala fortuna y, sin tiempo ni para pensar en su situación, salen a buscarse la vida para sostener a su familia. Pero la angustia de Sara, además de por la escasez de dinero, es por la falta de cariño. Lo dice expresamente, lo que pide es amar y ser amada, un hogar y una familia para no estar sola y que la quieran.
La película es la ópera prima de Belén Funes, después de algunos cortos (Sara a la fuga, en 2015 y La inútil en 2016), de los que también es coguionista con Marçal Cebrián, y Neus Ollé sigue siendo la responsable de fotografía. Pero quizá lo que llame más la atención es la curiosa coincidencia de las protagonistas: en los tres films es una mujer con una vida muy inestable. En Sara a la fuga, una adolescente que sufre la ausencia del padre y vive en un centro de acogida; en La inútil, Merche, de 33 años, que está viviendo un momento muy espinoso, con grandes apuros de dinero. La otra Sara, la de ahora, de La hija de un ladrón, tiene 22 años y una situación muy precaria en lo económico, como Merche, y en lo afectivo como su homónima de 2015.
El reparto hace un buen trabajo, aunque prácticamente todo el peso cae sobre Greta Fernández. No es la primera vez que trabaja a las órdenes de Belén Funes, como también Eduard Funes, pero es la primera ocasión en que padre e hija, Eduard y Greta, no solo coinciden sino que, además, se convierten en padre e hija también en la pantalla. Ambos saben dotar a sus personajes de autenticidad, hacen de ellos personas de verdad, con las que el espectador puede empatizar porque las siente cercanas, de carne y hueso.
La película conmueve profundamente, pero Belén Funés ha tenido la habilidad de no caer en el melodrama. Es una historia de soledad y coraje, llena de humanidad. La escena en que Sara le pregunta el Padrenuestro a su hermano, que va a hacer la Primera Comunión, es dulce y amarga a la vez. El niño está feliz con el acontecimiento y ella le ayuda a prepararse, pero confiesa que no recuerda el Padrenuestro. La figura paterna, tan anhelada, es la gran ausente en la vida de Sara: el padre de su hijo no la quiere, su propio padre no la protege y del padre Dios se ha olvidado ella. Un callejón sin salida… del que Sara va a seguir saliendo.
Un principio muy prometedor de la joven directora barcelonesa y una película recomendable.