Tras la terrible experiencia de la desaparición de su hija pequeña Missy, Mack Phillips cae en una profunda depresión. El odio que le corroe por dentro -y también un cierto sentido de culpa por no haber podido evitar que se llevaran a su niña- levanta un muro de incomunicación con su esposa y sus dos hijos, y le provoca un rencor casi agresivo hacia Dios por haber permitido que sufriera un ser inocente como Missy. Un día encuentra una misteriosa carta en su buzón, que le cita en la cabaña donde se perdieron los últimos rastros de su hija. No pueden darse ya más detalles de la historia so pena de desvelar la trama. Aunque tampoco es lo más importante de la película, de carácter esencialmente alegórico. De hecho, sólo desde el nivel de lo simbólico puede entenderse, no ya sólo el contenido profundo, sino incluso la línea argumental del film.
La puesta en escena es sencilla, seguramente por falta de medios, pero sobre todo porque una narración tan repleta de metáforas exige un montaje sin virtuosismos ni complicaciones, que «transparente» lo que quiere sugerir. La narración fílmica tiene un sentido recto -el hilo argumental- y otro figurado -Dios y el hombre-, ambos completos, que se van desarrollando por medio de varias metáforas consecutivas, de tal modo que, debajo de la trama, se va expresando toda una lección teológica y moral. Octavia Spencer amasa pan para la comida de los demás, llega Mack y lo invita a que la ayude. «Es muy fácil», le dice. Él al principio está reticente, pero en cuanto se pone a hacerlo, se siente a gusto. Lo que vemos en la pantalla -los dos en la cocina preparando la comida para todos- nos remite a otra realidad superior: el Dios providente que vela sobre la humanidad y que invita al hombre a colaborar con Él, a ser solidario con la humanidad. Y cuando el hombre sale de sí mismo para ocuparse de los demás, paradójicamente, es cuando mejor se siente.
El Creador se mantiene a una distancia de perspectiva ante su obra, porque respeta la libertad de la naturaleza y del hombre, aunque siempre está ahí para dar el sentido final a cuanto suceda. A Mack le parece que Dios está lejano e indiferente ante el dolor y las inquietudes. «¡¿Dios tomando tranquilamente el sol?!», exclama sorprendido. «Ni te imaginas cuántas cosas estoy haciendo ahora mismo», le responde Dios. Porque, en contra de lo que piensa Mack, Dios no está ausente ni indiferente. Es una presencia silenciosa junto al hombre, siempre rebosante de amor paterno y materno, protección y ternura.
Es una película de contenido religioso, concretamente protestante, con una finalidad didáctico-moral que a veces casi llega a parecerse más a un tratado de autoayuda que a una reflexión sobre el encuentro del hombre con Dios. Podríamos ponerle algunas pegas, como que contempla el mal como una fuerza irrefrenable ante la cual el mismo Dios debe plegarse sin poder hacer otra cosa que acoger y consolar al que ha sufrido sus consecuencias. Tampoco el tema de la libertad está debidamente enfocado. Pero en conjunto puede hacer mucho bien, porque trata grandes temas que conciernen a todo hombre, como el valor del perdón, sobre todo, la necesidad de perdonarse a sí mismo para sanar las heridas; las dudas de fe cuando no se entiende lo que sucede y el hombre se impacienta.
Pero muestra de forma muy original al Dios trinitario que ama al hombre con locura y que no se cansa nunca de perdonar, y al hombre que camina en tinieblas y no encuentra la paz interior hasta que se decide a dar el salto de la fe y abandonarse confiadamente en las manos de su Creador. Es muy agradable de ver, conmueve, da mucho que pensar y sugiere numerosos temas para la reflexión.