Año 2003, casi 30 años después de la guerra de Vietnam. Un ex médico de la Marina, el tranquilo Larry «Doc» Shepherd, intenta encontrar a dos antiguos compañeros, con los que compartió misiones, penalidades y juergas en Vietnam. Doc se quedó viudo y acaban de anunciarle la muerte de su único hijo, en acto de servicio en Irak, poco antes de la captura de Sadam Husseim. Va a pedir a los que fueron sus amigos, primero que lo acompañen a recibir el cadáver y después que asistan con él al entierro del joven en el cementerio de Arlington.
En Norfolk, Virginia, da con Sal Nealson, un bocazas aficionado al alcohol, que habla antes de pensar y actúa según sus impulsos más inmediatos. Sin embargo, en el fondo no es mala persona, y es coherente con su propio código ético -que no suele coincidir con el de los demás y los vuelve a todos locos-. Ante tan curiosa petición de parte de su antiguo colega de armas, deja el bar que regenta al cuidado de un conocido y juntos Doc y él salen en busca del otro camarada, Richard Mueller, que era el más tarambana, mujeriego y bebedor de los tres. Su sorpresa es mayúscula cuando descubren que quien había sido un auténtico calavera, es ahora un pastor baptista, felizmente casado. Richard les explica que tuvo una experiencia fuerte de encuentro con Jesús, a raíz de la cual cambió totalmente sus actitudes y sus costumbres, hasta el punto de hacerse pastor y dedicarse plenamente al cuidado de las almas. Sal ni lo entiende realmente, ni cree que pueda ser verdad.
El film se convierte entonces prácticamente en una road-movie: los tres veteranos emprenden un viaje lleno de sorpresas, sinsabores, encrucijadas y aventuras. La trama está muy bien planteada, porque, a medida que avanzamos en la historia, vamos conociendo el pasado, con sus luces y sus sombras, y las cicatrices mal cerradas que ha dejado, que siguen supurando y necesitan ser sanadas. El accidentado periplo acabará siendo un viaje iniciático en el que cada uno se encontrará por fin a sí mismo, y sus vidas quedarán marcadas para siempre.
No sólo cada uno de los personajes parece hecho a la medida del actor que lo encarna, sino que la interactuación entre los tres protagonistas es extraordinaria. En la película hay un perfecto equilibrio entre lo conmovedor y lo divertido, pero lo más importante es que supone una invitación a reflexionar sobre que siempre es tiempo para reparar errores y para el perdón; que hay silencios cobardes y silencios llenos de respeto y de amor; que cada momento de la vida es una nueva oportunidad para crecer interiormente, abrirse más a los demás y ser mejor persona.