El 22 de noviembre de 1963, el Presidente de los EE.UU., John Fitzgerald Kennedy, es asesinado en Dallas. Su esposa, Jacqueline Bouvier Kennedy, viaja con él en el coche descubierto. Más que en los acontecimientos que tejen el relato histórico, la película se centra en la figura de Jackie, cómo vivió los cuatro días que siguieron al atentado, cuando, aun sin ser ya la Primera Dama, tenía todavía poder de decisión sobre un asunto de Estado de tanta trascendencia como eran las exequias del que fuera Presidente del país más poderoso de la tierra, que iba a reunir a mandatarios y altas personalidades de todo el mundo.
Pablo Larraín no se ciñe a la simple cronología de los hechos contemplada de forma lineal. Estructura su narración alrededor de una entrevista que Jackie le ha concedido a un periodista después de los funerales, y, a partir de ahí, adelanta y retrocede en el tiempo: pasa por la grabación de un programa para la televisión en la Casa Blanca protagonizado por la Primera Dama, en el que interviene el mismo JFK, hasta llegar al día del atentado; retrocede de nuevo hasta noviembre de 1961 para presentar el concierto de Pablo Casals en la misma Casa Blanca, con la asistencia del Gobernador de Puerto Rico, Luis Muñoz Marín, invitado personalmente por el presidente Kennedy. A lo largo del film, documentos de la época van alternándose o combinando con escenas de ficción, lo cual imprime a la narración el interés de un documental histórico y la agilidad de una historia personal.
La violencia del atentado, ese instante en que el Presidente, con la cabeza abierta por el efecto de las balas asesinas, cae encima del regazo de su esposa la acompañará ya para siempre. La vemos vagar de un lado a otro con su elegante traje Chanel rosa sucio de sangre, como su manchada de rojo, que contempla aturdida ante el espejo. Pero después que, bajo la ducha, se haya lavado la sangre de su marido que le impregnaba hasta el pelo, aparece una mujer nueva, fuerte, totalmente enlutada, dispuesta a cumplir con su papel y su responsabilidad. Desde lo más profundo de su dolor, está decidida a hacer pública su historia para que las generaciones venideras no olviden jamás lo que sucedió. Y afronta con determinación las terribles experiencias que le quedan por vivir: la autopsia, la organización de los funerales, las discusiones familiares, las divergencias de los políticos, las presiones de su entorno y hasta el tercer cumpleaños de su pequeño John-John.
Natalie Portman, muy bien secundada por todo el elenco, va más allá de representar el papel de Jackie, la recrea, le da vida. Y la vemos soñar con la música de «Camelot», luchar por defender su honor con el periodista que la entrevista, abrir su corazón lacerado de dudas y herido por tantas desgracias sufridas, con un sacerdote en el cementerio, lamentarse con su cuñado Robert Kennedy... Una Jackie orgullosa, consciente de que ha vivido las mieles de la gloria aunque se vida privada no fuera idílica, y que no pierde su porte y dignidad por la incertidumbre del futuro que les espera a ella y a sus hijos.