Cine y Valores

Invisibles

Título original: 
Time Out of Mind
Género: 
Puntuación: 
7

Average: 7 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2014
Dirección: 
Guión: 
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
122
Contenido formativo: 
Crítica: 

[Crítica cedida por Pantalla 90]
George, un hombre de ya cierta edad, se encuentra totalmente solo en la ciudad de Nueva York. Lo han echado de una casa en la que vivía como okupa, no tiene hogar ni nadie a quien acudir. Al principio, después de tratar inútilmente de pasar la noche en la sala de urgencias de un hospital, acaba mal durmiendo en la calle, hasta que, desesperado de encontrar un lugar en el que pueda asentarse, un rincón que pueda llamar «suyo», va a buscar refugio en un alberge de Manhattan para indigentes. Así consigue cama y comida, pero totalmente desarraigado, sin techo propio, sin trabajo, por supuesto sin dinero, sin familia y sin amigos. Hasta la bañera en la que dormía en la desvencijada casa le resultaba más hospitalaria que la cama del albergue, porque representaba su propia guarida. Durante el día vaga por la ciudad buscando no se sabe exactamente qué. No tiene papeles de identificación y tiene que enfrentarse a un sistema burocrático que, en tales condiciones, no reconoce su existencia, es decir, George es «invisible».
El resto de los personajes son secundarios poco menos que irrelevantes, incluida la hija de George. El hilo narrativo se centra en él, que, paradójicamente, apenas pronuncia palabra. Sin embargo siempre está rodeado de voces, gentes que hablan, que se relacionan, que «viven» junto a él sin ni apercibirse de su presencia... También para el entorno es «invisible». Un mendigo negro, viejo residente de albergues para hombres sin techo, se pega a él y le habla sin cesar. Le resulta importuno, pero al menos es alguien que lo tiene en cuenta, alguien para quien no es invisible.
En ningún momento se hace referencia a lo que pudo haber sido la vida de George antes de convertirse en un sin techo, salvo que tiene una hija que no quiere saber nada de él, que estuvo casado y que se divorció. Es uno de los mayores aciertos de la película, porque evita que la historia pudiera derivar en un sentimentalismo lacrimógeno. Moverman mantiene la narración dentro de los límites de una sobria descripción de una realidad, centrada en un hombre que ha perdido su identidad en medio de un mundo que sigue tranquilamente sin ni mirarlo. No es tanto George quien importa sino «un hombre sin techo», uno cualquiera de tantos que hay en las grandes ciudades. La historia tiene muy poca acción, es más bien una especie de documental sobre una realidad que todos sabemos que existe pero en la que pocos se involucran. Hay que destacar, no obstante, que en la película aparecen también, como parte de ese pseudodocumental, el trabajo de algunas organizaciones dedicadas a ayudar a las personas sin hogar, con las cuales ha colaborado el mismo Richard Gere.
El espectador se puede hacer una idea de la persona del protagonista a través de algunos rasgos o informaciones que le van legando dispersas, como salpicadas. Bebe, pero no es alcohólico, ni es un drogadicto («adicto a la cama», dice él con un cierto humor, muerto de agotamiento mientras le siguen haciendo preguntas). Tampoco parece haber sido un delincuente. Lo que sí se acaba sabiendo es que su vida privada fracasó, se divorció de su esposa (la cual falleció un tiempo después) y jamás se ocupó de su hija, a la que, sin embargo, no ha dejado de querer.
Las dos horas de película se hacen largas y bastantes pesadas, o, tal vez, habría que decir incómodas, porque sabemos que al salir de la sala, seguro nos toparemos en algún rincón de nuestra propia ciudad con un sin techo envuelto entre cartones y no sabremos qué actitud tomar. Aunque lo previsible es que pasemos de largo sin mirarlo, que sea «invisible» para nosotros. Se agradece mucho la última escena, que deja una puerta abierta a la esperanza y uno siente el impulso de salir también corriendo detrás de Maggie.
Richard Gere está extraordinario como el mendigo desesperado, mantiene muy bien el equilibrio de esa línea límite entre el hombre que a veces parece un poco ido, pero que en conjunto es un ser humano destrozado y consciente de su situación de la que sabe no va a poder salir. Dice en algún momento que es demasiado mayor para encontrar un trabajo y así, nunca podrá recuperarse. Pero lo que queda claro es que lo que sana de verdad al hombre herido, más que la cama y el plato de comida, son los afectos y las relaciones humanas. En suma, devolverle su dignidad de ser humano.