FUI EXTRANJERO Y ME ACOGISTÉIS
Fortuna, una niña etíope de 14 años, es acogida, junto con otros refugiados, por una pequeña comunidad de cinco monjes católicos en un monasterio en los Alpes suizos. Allí encuentra a Kabir, un joven africano con pocos escrúpulos, del que ella se enamora. Los monjes tratan de encontrarle una familia de acogida, pero ella no quiere separarse de Kabir y todavía alberga la esperanza de encontrar a sus padres.
Germinal Roaux no pretende aportar soluciones fáciles ni inmediatas al gran drama de las migraciones, sencillamente sugiere interrogantes sobre esta realidad y ofrece al espectador un espacio de reflexión. A través de Fortuna, pone el foco en la situación de los “menas” (menores extranjeros no acompañados), niños y jóvenes separados de sus padres y sin ningún adulto que los proteja. El caso de Fortuna y Kabir es el paradigma de las situaciones de desamparo a las que están expuestos. Pero Roaux, con toda discreción, muestra también la abnegada labor de acogida de las comunidades cristianas, que llegan a lo que las administraciones son incapaces de resolver.
El espléndido blanco y negro adquiere el carácter simbólico de iluminar las dos facetas de la condición humana, la claridad de la generosidad incondicional y la negrura del egoísmo y la cerrazón. También refleja la dura realidad de esos seres sufrientes y la tenue luz de la esperanza en una vida mejor. Roaux filma con lentitud ese muro imponente de montañas cubiertas de nieve que rozan el cielo gris y que cierran un apacible espacio de protección en el que, en nombre de Cristo, se acoge y se ama sin pedir nada a cambio. Un pequeño oasis en medio de un mundo hostil.
La espiritualidad y la fe constituyen el núcleo del relato, aunque de forma muy discreta, casi en segundo plano. Pero no por eso deja de incitar al espectador a la confrontación con el egocentrismo de nuestra sociedad, entregada al hedonismo y al consumismo, e incapaz, las más de las veces, de levantar el vuelo por encima de la búsqueda de comodidad y satisfacciones inmediatas.
Germinal Roaux no se pierde en denuncias fáciles ni en intentar provocar indignación o vergüenza, sencillamente muestra lo que supone una actitud de compromiso y acogimiento generoso. Pero no lo presenta como algo evidente o sencillo. Allí han encontrado refugio esas personas necesitadas, pero su presencia obliga a los monjes a plantearse la fidelidad al Evangelio (“Fui extranjero y me acogisteis”) y la coherencia con su vocación de contemplativos, dedicados al silencio y la oración. La escena de discernimiento de la comunidad, que inevitablemente nos trae a la memoria esa conmovedora “última cena” de los siete monjes cistercienses en Tibhirine, Argelia (De dioses y hombres, Xavier Beauvois, 2010), es uno de los momentos más profundos y conmovedores de la película.
La joven Kidist Siyum, resiste perfectamente los frecuentes primeros planos. Casi sin palabras, su rostro es capaz de transmitir la más profunda tristeza, la desesperación y, al mismo tiempo, la lucha interna entre abandono al desvalimiento y determinación de seguir. Bruno Ganz, fallecido poco después del rodaje del film, está impresionante en su papel de prior del monasterio, hombre templado y prudente, lleno de sabiduría y de amor al prójimo.
Una película muy interesante y conmovedora. Para no perdérsela.