[Crítica cedida por Pantalla90]DE LA CUNA A LA SEPULTURA
John Petersen vive con Eric, su marido, y Mónica, la hija adoptiva de ambos, en el sur de California. Su vida apacible se ve alterada por la presencia de su padre Willis, que quiere mudarse a la zona para estar cerca de sus hijos, John y Sarah.
El anciano Willis es un granjero duro y egoísta. Está aquejado de demencia senil, por lo que sus brusquedades, intemperancias e insultos podrían no ser tenidos en cuenta por sus familiares, si no fuera porque su carácter áspero y violento ha sido una constante a lo largo de toda su vida. Esos días en casa de su hijo van a ser la ocasión, no de que se reabran viejas heridas –nunca estuvieron cerradas–, sino de que John, Sarah y sus respectivas familias den pruebas de una paciencia infinita y una capacidad de perdón no menos inmensa.
Sin embargo, ni esas actitudes tan loables de los hijos ni la dureza del padre llegan a ser realmente creíbles porque a los personajes les falta profundidad. Sus amores, pasiones y rencores no conmueven, como no asombran sus actitudes de serenidad y de bonhomía. No resultan, pues, cercanos al espectador. No se vibra con ellos.
La estética es muy buena y más que correcta la puesta en escena. El trabajo actoral de Viggo Mortensen y de Lance Henriksen es soberbio. A su lado el resto del reparto, magnífico, casi no tiene ocasión de brillar. La historia está bien contada, el guion es sólido y consigue hacer lógica y comprensible una estructura caótica. No se trata de que la acción avance por dos líneas temporales y en ciertos momentos se salte de una a otra. Hay un único hilo argumental, la relación complicada con un viejo amargado y egoísta con el que no se puede razonar porque está demente. Pero cada personaje, o más bien cada persona, es quien es por lo que ha ido siendo a lo largo de su vida. En el John Petersen de hoy siguen latiendo los sentimientos del niño que iba de caza con su padre, la angustia que vivió el día de la separación de sus padres, las desavenencias en la adolescencia... Mortensen no narra el pasado y el presente alternadamente, sino el presente, que incluye el pasado. Es la vida falling, decayendo, degenerando, de camino hacia la muerte.
Falling es un drama familiar con aspiraciones de deprimente reflexión existencial que se inicia con un joven Willis que se disculpa con su hijo recién nacido por haberlo traído a la vida para acabar muriéndose. A partir del nacimiento, todo es falling, un proceso de caída de la cuna a la sepultura.
Pero, lejos de alcanzar la altura y la hondura de las grandes preguntas sobre el hombre y su destino que parece preludiar, la película se hace reiterativa, no avanza ni profundiza en la reflexión. Tiene momentos brillantes, como el acontecimiento del primer pato cazado por el pequeño John y todo el contexto familiar que lo envuelve. Pero también hay escenas cansinas de tan exageradas y repetitivas, como el encuentro de Sarah y sus hijos.
Un film muy prometedor, muy cuidado por un Viggo Mortensen, director, guionista, actor y autor de la música, pero con un resultado que se queda muy por debajo de las expectativas.