Katja, una mujer alemana, conoció a su marido Nuri, turco de origen kurdo, en Hamburgo, cuando ella era una joven universitaria y él era el camello que le facilitaba la hierba. Se enamoraron y decidieron casarse cuando él estaba todavía en la cárcel por trapicheo de drogas. Ya en libertad, abandonó toda actividad ilegal, montó una pequeña empresa, y el matrimonio pudo disfrutar de una vida apacible y feliz. Ese hermoso equilibrio salta por los aires cuando explota una bomba justo en la puerta de su establecimiento y mueren el marido de Katja y su adorable hijo de seis años. En un instante, una vida feliz ha quedado vacía de sentido.

La pobre mujer totalmente hundida vuelve a recurrir a las drogas para sobrellevar un dolor más fuerte que ella misma, mientras ve que la investigación policial no avanza en la línea correcta e, incluso, tiene que oír que el atentado terrorista puede ser, en realidad, un ajuste de cuentas por algún asunto de drogas que Nuri habría ocultado a su esposa. Hasta que por fin un joven matrimonio neonazi es detenido como principales sospechosos.

La perspectiva de que pueda hacerse justicia y los culpables vayan a la cárcel, le infunden la fuerza necesaria para estar presente en el juicio, junto a Danilo, el mejor amigo de su marido, que es el abogado que lleva el caso y hará todo lo posible para darle el apoyo necesario a Katja, y para alcanzar el único objetivo que le queda a ella en la vida: que se haga justicia y los asesinos paguen el mal que han hecho. Si fallara la justicia, sólo quedaría la venganza.

El director alemán de origen turco nos ofrece un film potente pero desolador, porque sin una mirada hacia lo alto, puede existir la espera, pero no la esperanza. Y sin esperanza nada puede tener sentido. La vida de Katja -vacía de amor desde la muerte de «sus dos amores», se ha quedado varada sobre la nada.  El reparto es muy bueno ­-acusados, abogados, cómplices, familiares…-, aunque hay que destacar a Denis Moschitto, el amigo fiel que actúa como abogado de la acusación. Sin embargo, sobre todos ellos brilla con luz propia Diane Kruger, lo mejor de la película. Está sencillamente magnífica en su personaje de madre y esposa destrozada, sin ganas de vivir, pero con un último rescoldo de energía para luchar por la verdad.

Una historia conmovedora -estremecedora la escena del padre del terrorista admirador de Hitler- y un thriller muy interesante, que interesa e intriga de principio a fin, pero, sobre todo que da que pensar. El espectador vive el drama a través de los ojos de la abatida Katja, se identifica con ella y no puede dejar de preguntarse cómo sería capaz de afrontar él mismo una situación así. Pero, sobre todo, la película plantea interrogantes de importancia trascendental en nuestro mundo: Cuando los jueces parecen no dar respuesta a la violencia destructiva, ¿es legítimo tomar la justicia por su mano?; ¿la ley del talión tiene algo de justicia o es mera venganza?; ¿qué queda, qué nos puede esperar, después de la violencia contra la violencia?