Una niña muy diligente y disciplinada vive con su madre en un mundo gris y frío, en el que todo está medido y controlado. Su madre ha planificado minuciosamente su porvenir: entrará en un prestigioso Centro y se convertirá en una persona adulta seria y responsable. Para ello tiene su jornada organizada al minuto. Pero la madre no ha contado con la presencia del anciano vecino excéntrico, que fue aviador en su juventud, que se hace amigo de la pequeña y le narra la fantástica historia de un pequeño príncipe, un ser adorable que le hizo comprender que lo importante en la vida es siempre elevarse al nivel de la creatividad y del encuentro personal y que le enseñó que quien se queda anclado en el nivel de lo útil y lo necesario se convierte en una «persona mayor» por dentro, incapaz de ver ni entender nada de lo realmente valioso, porque «lo esencial es invisible a los ojos» y «no se ve bien sino con el corazón». Así la niña entra en el mundo maravilloso de ese principito y su amigo aviador, en el que finalmente va a poder vivir gozosamente su infancia, llena de sueños, aventuras y juegos creativos.
Uno de los grandes aciertos de Mark Osborne ha sido no hacer una nueva adaptación de El principito, sino situar la historia dentro de otra historia. Las imágenes se van intercalando para presentar las dos líneas narrativas. La parte de la niña y la madre es fría y gris, con animación generada por ordenador. Es el mundo adulto no creativo. En contraste, para la historia del principito, espléndida de color, se utiliza una técnica de animación «stop motion», es decir, muñecos reales fotografiados cuadro por cuadro.
La belleza de la paleta de colores y de las imágenes que actualizan las originales del libro, está acompañada de una música preciosa, que se adecúa perfectamente a la situación y a los sentimientos de cada momento. Es cierto que en algunos momentos Osborne se toma unas libertades que rompen el ritmo y casi ofenden al amante de la obra de Saint-Exupéry, pero si vemos la historia en su conjunto no podemos por menos que alabarla.
La película es una auténtica delicia, que conserva, además, todas las lecciones de sabiduría y todos los valores de la obra original y que nos acerca personajes tan entrañables como el zorro que enseñó al principito el secreto de la amistad.