1953. Ray Kroc, un vendedor de Illinois, de unos cincuenta años, con una larga carrera de ambiciosos proyectos fracasados, se queda intrigado por un restaurante que le encarga seis machinas a la vez. Así conoce a los hermanos Mac y Dick McDonald y su hamburguesería. Han lanzado un concepto de restaurante de venta en mostrador con algunas características novedosas: una carta limitada a sólo tres productos: hamburguesa, patatas fritas y refresco; platos y vasos desechables, y sólo 30 segundos para entregar el pedido gracias a una organización ultrarrápida. Impresionado por el sistema, Kroc intuye el potencial de extender el negocio por todo el país. Inmediatamente les propone franquiciar el emblema cuyo arco dorado debe convertirse en una referencia para todos los americanos, como la cruz señala las iglesias o la bandera los edificios oficiales. Al principio entra en la empresa como socio, pero hábil y aviesamente les acaba arrebatando el proyecto para construir el imperio tal como hoy lo conocemos. Así nació McDonald’s.
Este biopic sobre la historia del creador de las franquicias McDonald's es totalmente clásico en la forma, pero tremendamente impactante en el contenido. La primera parte de la película constituye una apología de la idea «McDonald» tal como la concibieron sus verdaderos fundadores y de los valores liberales americanos para hacer crecer un negocio, hasta el punto que el espectador tiene la impresión de asistir a un film publicitario. Pero, a continuación, vemos a un auténtico tiburón de los negocios, un hombre hecho a sí mismo, fiel al capitalismo más salvaje, sin ningún escrúpulo para triunfar. Es muy interesante asistir a cómo se crea ese imperio de la restauración, aunque al final nos deja con el agrio sabor de conocer la vileza y la perversidad que lo hicieron posible.
El ritmo es muy bueno y mantiene el interés y la atención sin decaer en ningún momento. John Carroll Lynch, como Mac, y Nick Offerman, en el papel de Dick, están magníficos encarnando a los dos verdaderos creadores McDonald's. Desde el principio consiguen que el espectador se solidarice con ellos, con lo cual le llega directamente la crítica moral que encierra el film, sobre la falta de escrúpulos en los negocios. Michael Keaton está una vez más extraordinario. Su personaje es, fascinante, manipulador, destructivo.
La película -que es una historia real y cercana a nosotros- es un magnífico instrumento para reflexionar sobre temas tan candentes como la creatividad, la capacidad de iniciativa, la constancia y la tenacidad para fundar y hacer triunfar una empresa. Pero, sobre todo, sobre la ética en los negocios. El «todo vale», la falta de escrúpulos y de la más mínima moralidad, en ese caso concreto, acaba generando riqueza y originando puestos de trabajo, al tiempo que ofrece un producto grato al público. Y surge la gran pregunta: ¿Tendría sentido renunciar a esos frutos para seguir siendo éticamente correcto? Seguramente se está tocando el punto neurálgico del capitalismo llevado a sus últimas consecuencias, en el que la persona, como tal, deja de tener valor: el trabajador vale en la medida que produce, el cliente vale en la medida que consume. Y todavía brotan otras preguntas no menos cruciales. El triunfador a cualquier precio, se mueve en niveles muy bajos, y por tanto, aunque amase bienes materiales, nunca podrá alcanzar la felicidad porque es incapaz de crear encuentros valiosos. ¿Tiene sentido su «éxito»? ¿No es muy caro el precio de triunfar a costa de perder el sentido de su vida? El poder y el dinero son efímeros sin ninguna duda, porque, aunque el tiburón logre mantenerlos siempre, irremisiblemente los perderá en la muerte. ¿Merece la pena?
Y finalmente, una última pregunta, que asume las anteriores: ¿No podrían cosecharse los mismos buenos frutos, si no mejores, obrando de forma ética en los negocios? ¿La excelencia de una empresa no requeriría, ante todo, respetar y valorar a las personas?
He ahí mucha materia para la reflexión y el debate. Magnífica película para un cinefórum.