[Crítica cedida por Pantalla 90]
EL INSTANTE MÁS OSCURO
18 de julio de 1969. América contiene el aliento pendiente del «Apolo 11». El hombre está a punto de poner su pie en la luna («Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad»). El senador Ted Kennedy, el único superviviente de los cuatro hermanos Kennedy, había ganado las elecciones a senador por amplísimo margen y se perfilaba como posible nuevo presidente por el Partido Demócrata en el todavía lejano 1972. Ese día de julio había organizado una fiesta en la isla de Chappaquiddick, Massachusetts, con sus más íntimos colaboradores y las «Boiler Room Girls», el equipo de mujeres que había trabajado en la campaña presidencial de su hermano, Robert F. Kennedy, en 1968. Ted quiere convencer a una de ellas, Mary Jo Kopechne para que trabaje ahora en su propio camino hacia la Casa Blanca. Ted y Mary Jo abandonan la fiesta. Conduce el senador, que ha bebido más de la cuenta. En un descuido, el coche salta un puente y se precipita en las aguas. El conductor logra salir del vehículo y nadar hasta la orilla, pero no pide ayuda hasta muchas horas después. Más tarde, el cadáver de Mary Jo es recuperado del interior del vehículo.
Basándose en estos hechos históricos, John Curran filma una interesante película sobre los siete días más dramáticos de la vida del senador. La tragedia parece haber truncado sus posibilidades de llegar a la Casa Blanca, pero el patriarca del clan, el anciano Joseph P. Kennedy, a quien un accidente cerebrovascular había privado de la facultad de hablar y había confinado a una silla de ruedas, designó un equipo de «fontaneros» dispuestos a todo para recuperar las posibilidades de la familia Kennedy de acceder de nuevo a la Presidencia de los EE.UU.
Jason Clarke hace un trabajo soberbio encarnando a Edward M. Kennedy, en un personaje complejo, lleno de matices. Un hombre débil, sin realmente ambición política, dependiente afectivamente de un padre que lo desprecia, pero que ve en él la última baza de los Kennedy para volver a ostentar el máximo poder político. Ted está atrapado entre la sumisión reverencial a su padre, su deseo de éxito para que, por fin, el patriarca reconozca su valía, y, al mismo tiempo, un sentido ético que le inclina a confesar la verdad, aun sabiendo el alto precio que debería pagar por ello. Además de Jason Clarke, el reparto es todo muy bueno pero merece ser especialmente destacado Bruce Dern, en el papel del terrible padre, cuya fría ambición y falta de ternura por el hijo hielan la sangre. La música es muy buena, y el vestuario y los decorados están muy logrados. Todo confluye para dar sensación de realismo y hacer del espectador un testigo directo de los sucesos acaecidos en julio de 1969.
Es muy interesante la confrontación entre carrera política y ética personal. Un fallo humano puntual en el ámbito privado puede dar al traste con una trayectoria política de orientada al bien común, mientras que el desprecio de la verdad, la manipulación y el engaño garantizan el éxito en unas elecciones democráticas. Inevitablemente viene a la memoria la película de Barry Levinson La cortina de humo (1997), cuya trama se anticipó de modo sorprendente al escándalo del Presidente Clinton y la becaria Mónica Lewinsky. Da qué pensar: ¿Hasta qué punto la manipulación política a través de los medios decide las tendencias de los electores? ¿Dónde quedan la honradez y la verdad? ¿Dónde nuestra libertad? Un importante tema para la reflexión y el diálogo, especialmente en nuestra época y en nuestro entorno más inmediato.