UN HÉROE A CUATRO PATAS
En una pequeña ciudad francesa, en el verano de 1919, Morlac, un héroe de la guerra está detenido y encerrado en el calabozo. Fuera, su perro permanece ante la puerta, sin dejar de ladrar. No lejos de allí, en una pequeña granja, Valentine, una simple campesina agotada por el trabajo en el campo, aunque aficionada a la lectura, espera también, pero en silencio. Por fin, para aclarar los hechos que motivaron el ingreso en prisión de Morlac, llega Lantier, un juez militar. Tres personajes y un perro, que es el eje alrededor del cual gira la historia.
Jean Becker adapta la novela homónima de Jean-Christophe Ruffin, publicada en 2014, pero acaba perdiéndose en una historia con acentos ligeramente revolucionarios, que no acaba de arrancar. Los exteriores de la película están filmados en una zona bellísima, que ofrece un escenario ideal para algunas escenas bucólicas muy bien ambientadas, espacios abiertos para un paisaje precioso y una cálida luminosidad, que contrastan con la reducida y lúgubre celda en la que los dos hombres, juez y reo, se enfrentan sin demasiado brío. Jacques Morlac es un campesino, comunista y partidario de la Revolución rusa de 1917 que no tuvo más remedio que ir a la guerra. En el frente, no tardó en comprender que el amor a la patria tiene poco que ver con la realidad que se vive en las trincheras. Para él, la guerra es, sobre todo, el afán de dominio y poder de políticos y jefes militares. Fue condecorado con la «Legión de Honor» por sus hazañas al servicio de la patria pero ahora está en la cárcel. Debe juzgarlo el comandante Lantier, un buen patriota a quien la historia y las experiencias de Morlac hacen que sus firmes principios sobre la lógica de la guerra se empiecen a tambalear.
La película de Becker no solo trata del sentido de la guerra, sino también sobre el hombre y las relaciones humanas. El título -Le collier rouge- hace referencia al collar del perro y al color de la condecoración de la Legión de Honor, y tiene una carga simbólica: el perro se mueve por instintos y actuando así obra bien, aunque provoque indirectamente una masacre; pero el hombre está dotado de inteligencia y debe utilizar la razón para que sus actos estén orientados al bien y nunca provoquen un mal. El animal es inocente de los desastres que pueda originar obedeciendo a su instinto, pero si el hombre se comporta como un animal, sin emplear la razón para conseguir la paz y el bien de todos, no tiene ninguna disculpa. Sin embargo, no deja de ser curioso que esta actitud sea defendida por quien celebra la Revolución de 1917, que costó ríos de sangre.
La trama empieza como una investigación policial, pero pronto parece perder el rumbo y deriva en un alegato contra la guerra, sazonado con una historia de amor sacudida por un enfado bastante inmaduro. Tres temas distintos, ninguno de los cuales es tratado a fondo, que llegan a despistar cuando no aburrir al espectador. Nicolas Duvauchelle logra dotar de humanidad a ese preso duro y orgulloso, mientras que un actor de la talla de François Cluzet no consigue que empaticemos con ese comandante buena persona pero insulso y anodino.
No es una gran película, pero se deja ver y permite pasar un rato agradable. No es poco.