LA COMIDA COMO ARTE Y SENTIMIENTO
Mitsuru Sasaki es un cocinero excepcionalmente dotado para la cocina, pero no así para los negocios. Con solo saborear un plato, es capaz de descubrir sus secretos, reconocer los ingredientes y saber elaborarlo exactamente igual que el modelo. Pero es un hombre difícil, egocéntrico, inflexible, de carácter agrio. Debido a su excesiva exigencia de perfección y a su falta de tacto en el trato con los demás, su restaurante se arruinó y le dejó una considerable deuda que pesa sobre él.
Inesperadamente, un renombrado personaje del mundo de la cocina, el prestigioso Quigming Yang, lo manda llamar para encomendarle un trabajo inaudito. Se trata de recrear el “Gran Banquete Japonés Imperial”, una comida de 112 platos que elaboró el ya legendario chef Naotaro Yamagata, allá por el año 1931, en honor del Emperador en su visita a Manchukuo, el llamado “Estado títere de Manchuria” creado por los japoneses después de su conquista del territorio.
Desconcertado y un tanto escéptico, pero forzado por la necesidad urgente de dinero, Mitsuru Sasaki acepta el trabajo y empieza a seguir el rastro del incomparable chef Yamagata, que fue capaz de realizar con éxito tal hazaña. Cuando, por fin, está rozando la meta final, pues ya ha alcanzado la última de las 112 recetas, Sasaki comprende las motivaciones de Quigming Yang para empeñar una tal suma de dinero en ese extraño proyecto, y, con ello, se le desvela un oscuro y recóndito secreto que trastocará toda su vida para siempre.
Solo es la tercera de las películas de ese genial y prolífico cineasta que es Yojiro Takita que llega a nuestras pantallas. La espada del Samurai (2003) y Despedidas (Oscar a mejor película de habla no inglesa de 2008) son las dos anteriores. En el caso de El cocinero de los últimos deseos, el magnífico guion de Tamio Hayashi está basado en la novela Kirin no Shita wo Motsu Otoko de Keiichi Tanaka.
El metraje es largo pero no cansa en absoluto, porque mantiene con pulso firme el ritmo entre los dos tiempos de la trama, la época actual y la Manchuria de los años 30, por medio de flashbacks muy bien situados. En cuanto a la descripción de la elaboración de los platos resulta muy interesante, no solo desde un punto de vista gastronómico, sino que está insertada en el desarrollo de la trama como un elemento lleno de sentido.
Sin embargo, lo más destacable del film es el contenido humano de la historia, que se apoya en diversos temas de hondo calado, como el valor de la familia y del amor de los esposos, auténticos compañeros de vida; de qué modo un don personal o una profesión cobran sentido, no cuando se utilizan como un mero medio para obtener beneficios, sin duda legítimos, sino cuando, además, se orientan al servicio de los demás; la necesidad que tiene el ser humano de optar siempre en la vida, lo cual implica ser libre para poder y tener que elegir, pero también ser responsable de las propias decisiones; y, tal vez lo que es más destacable, el poder redentor del amor para renovar el corazón y reconducir la trayectoria vital.
Una buena propuesta.