Marcos y Ana han estado casados durante 25 años. Cuando su único hijo, Luciano, «abandona el nido» para ir a estudiar a España, toman conciencia de que su relación, sin que ellos se dieran cuenta, ha sufrido un notable desgaste a lo largo de ese tiempo. La pasión del principio casi se ha apagado y, aunque ha dejado un rescoldo de cariño, lo que resta no es suficiente para mantener la ilusión de vivir juntos. Así que deciden separarse para buscar nuevos alicientes y volver a experimentar intensas emociones. Pero olvidan que una crisis existencial no se cura dando rienda suelta a las pasiones.
Al inicio del film, Marcos, profesor de literatura en la Universidad, lee un fragmento de la novela de Moby Dick (Herman Melville, 1851), que nos da las claves de su crisis matrimonial: no hay nada especial, sino sencillamente ganas de «dejar la tierra firme» de las rutinas y «lanzarse a mar abierta» en busca de lo desconocido. El «síndrome del nido vacío» será el detonante para que piensen que su hogar ha dejado de ser tal y tomen la decisión de dar por cerrada esa etapa de sus vidas. Se preguntan si siguen estando enamorados y la respuesta, sin ninguno género de dudas, es que no, ya no. ¿Es eso un problema en realidad? Si así fuera, sería tanto como lamentarse de que una persona no creciera ni se desarrollara y siguiera siempre siendo un bebé en la cuna.
Evidentemente hay tres graves errores en la vida de Ana y Marcos, el primero de los cuales es confundir las experiencias propias del nivel 1 de realidad, como las inercias de la vida cotidiana, las distracciones, la atracción obsesiva propia del enamoramiento, el deseo sexual…, con las relaciones personales propias del nivel 2, cuando el enamoramiento ha madurado en un amor profundo, de gran calidad, y todas las energías vitales de los dos amantes se entrelazan para, sin perder ninguno de ellos su personalidad y autonomía, avanzan unidas para construir un proyecto de vida en común. La primera atracción, el enamoramiento constituye el punto de arranque y la base para crear un amor de calidad. Confundir lo que solo es la semilla -el enamoramiento- con la planta en todo su esplendor -el amor maduro- es una equivocación letal para la relación afectiva de la pareja.
El otro yerro de la pareja fue descuidar las experiencias del nivel 1, en lugar de integrarlas en su vida de pareja y dejar que la monotonía y el aburrimiento se instalaran entre ellos. El amor exige una actitud creativa: mantener viva la llama del deseo, la sorpresa, la delicadeza, la ternura, el humor y la alegría, en la vida diaria. Y el último y grave desacierto fue, en lugar de corregir su trayectoria equivocada, pretender una huida hacia adelante, romper los vínculos y salir en búsqueda de nuevas emociones. La pregunta del principio -«¿Estás enamorado?»-, fruto de la confusión, tiene una respuesta descorazonadora. Pero al final, después de la experiencia, la misma respuesta tiene un significado bien distinto.
Bajo la forma de una comedia romántica, con un simpático guion coescrito con Daniel Cúparo, Juan Vera, en su ópera prima como director, va presentando, en clave de humor, toda una serie de tópicos que resultan muy familiares al espectador, pero que encierran toda la profundidad de situaciones muy serias de tantas parejas que van a la deriva. Uno se ríe a gusto a lo largo de las casi dos horas, pero, al mismo tiempo, la película invita a reflexionar sobre los mismos interrogantes existenciales que se plantean los protagonistas de la historia. Los dos actores protagonistas, Ricardo Darín y Mercedes Morán, están inconmensurables y elevan todavía más un guion ya bueno de por sí. Es admirable la conexión que hay entre ambos y es una delicia contemplar cómo entre los dos se apoderan de la escena y dan todo su sentido y profundidad a la historia. Toda una lección de trabajo actoral impecable.
Una película recomendable para pasar un buen rato, pero que deja también un poso para la reflexión.