Cine y Valores

El último acto

Título original: 
The Carer
Puntuación: 
8

Average: 8 (1 vote)

Año: 
2016
Dirección: 
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
89
Contenido formativo: 
Crítica: 

El legendario actor británico Sir Michael Gifford vive recluido en su majestuosa casa de campo, aquejado de una enfermedad degenerativa que avanza con rapidez. Le acompañan Sophia, su hija única, con la que nunca se ha llevado bien; Milly, su antigua amante, convertida ahora en el ama de llaves de la mansión; Joseph, el anciano y fiel sirviente y el Dr. Satterthwaite que controla su medicación. En otros tiempos, Sir Michael había sido un vividor y un mujeriego impenitente, pero en la actualidad está amargado y se ha convertido en un ser insoportable. No hay enfermera capaz de aguantar sus improperios y su carácter arisco, hasta que aparece Dorottya, una joven cuidadora húngara, que aspira a convertirse en actriz. Todos piensan que tampoco ella durará en el cargo y hasta desconfían de su capacidad. Sin embargo, el buen carácter y la habilidad de Dorottya para las relaciones humanas y, sobre todo, el amor reverencial que ambos sienten por Shakespeare acabarán dando al traste con todos los pronósticos catastrofistas.

La trama es muy sencilla y podría haber caído fácilmente en estereotipo de “viejo gruñón ablandado por joven afectuosa”. Nada más lejos de la realidad. Janos Edelény sitúa el foco en los personajes protagonistas, en las relaciones que se establecen entre ambos y en sus interesantes diálogos, divertidos unas veces, dramáticos otras. Sir Michael parece identificarse con el Rey Lear, pero su Cordelia oscila entre Dorottya, que lo cuida con abnegación a pesar de su trato agrio, y Sophia su hija a la que él debe pedir perdón por haberla tratado injustamente. 

Edelény rinde homenaje al teatro, a las grandes obras, que constituyen una experiencia humana envuelta en el ropaje hermoso del lenguaje y que encierran, por tanto, una lección de sabiduría de vida. El actor no encarna sólo a un ente de ficción, sino que, con su arte, en escena da vida a realidades ejemplarizantes e, incluso, catárticas. El último acto es también un canto a la vida en todas sus etapas. La vejez, la enfermedad, la decrepitud no son situaciones anómalas que hay que ocultar como vergonzantes. En el gran teatro de la vida, todo «actor» debe asumir su papel, con sus luces y sus sombras, desempeñar el rol que le corresponde en cada momento, encarnar al personaje que le ha sido asignado y darlo a luz con dignidad. «Ser o no ser» es realmente la cuestión.

Brian está espléndido, y uno tiene la impresión de que el actor magnífico de la historia no es Sir Michael, sino el mismo Cox. La joven Coco König le da una buena réplica y el resto del elenco cumple perfectamente.

En la reflexión sobre la inalterable dignidad de la persona en la enfermedad y la vejez, y la necesidad de aceptar las propias limitaciones para no perder el rumbo y seguir viviendo una vida con sentido, se echa de menos una apertura a la trascendencia. Especialmente porque, aunque sea en clave de comedia amable, se está tratando de un tema tan grave como es el declive y la proximidad del último momento. Se sea o no creyente, se tenga o no esperanza en la eternidad, la muerte forma parte del insondable misterio del hombre, y cerrar los ojos a esa realidad, más aún cuando se siente cercana, implica un vacío en lo más sustancial de la existencia humana, que es su, tal vez, inexorable extinción, o, por el contrario, su pervivencia en el más allá.

[Crítica cedida por Pantalla 90]