ÁRBOL DE SANGRE Y DOLOR

Marc y Rebeca son una joven pareja que llega al antiguo caserío donde se conocieron. La madre de Marc, experta editora, les ha recomendado que escriban la historia de sus respectivas familias, desde sus abuelos hasta hoy. Ambos están muy enamorados y emprenden su trabajo con ilusión. Se han organizado muy bien: primero habla uno de sus raíces, después el otro. De este modo, ambas historias irán discurriendo en paralelo. Pero en realidad no es así como sucede: van descubriendo cómo sus lazos familiares se han ido entrelazando desde hace tres generaciones. Lo que se esperaba un árbol genealógico resulta un árbol de sangre y dolor.  

Julio Medem nos ofrece un film visualmente muy potente, con imágenes muy bellas, a menudo sobrecogedoras por su halo de misterio e inquietud, muy bien acompañadas por la música de Lucas Vidal. Pero la hermosura formal no está secundada por una trama lógica e interesante. El argumento es un culebrón, no, mejor, una serie de culebrones relacionados entre sí. Al principio interesa, pero, enseguida, tantas revelaciones, tantos episodios sorprendentes ya no impresionan y llegan a cansar. Hay una tal profusión de secretos, relaciones inconfesables y acontecimientos que se superponen los unos a los otros, que deja de conmover y hasta de interesar.