Cine y Valores

Claret

Título original: 
Claret
Puntuación: 
9

Average: 9 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2020
Dirección: 
Guión: 
Fotografía: 
Distribuidora: 
Duración: 
120
Contenido formativo: 
Crítica: 

UN HOMBRE PARA LA ETERNIDAD

Biopic de Antonio María Claret (1807 – 1870), sacerdote catalán cuyas profundas inquietudes misioneras lo llevaron a fundar, en 1849, la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos como «claretianos». Años más tarde, en 1855, en Santiago de Cuba, el entonces Arzobispo Claret y María Antonia París y Riera, otra apasionada como él por la renovación de la Iglesia, y, también como él, inflamada de ansias misioneras, fundaron la Orden de las Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas. 

Un hombre como el padre Claret, con tal personalidad y tal nivel de compromiso en el anuncio del Evangelio vivo y en la defensa de la causa del hombre y de la pureza de la Iglesia, no podía pasar desapercibido, pues resultaba muy incómodo en los distintos círculos de poder. Suscitó adhesiones, pero también despertó odios furibundos entre oligarcas y políticos de la España agitada de su tiempo, quebrantada por las guerras carlistas y permanentemente perturbada por las intrigas palaciegas alrededor de la persona y el lecho de la joven monarca Isabel II. 

La reina tuvo finalmente que exiliarse en París en 1868, cuando triunfó en España la revolución apodada «La Gloriosa», que traería al país la fallida Primera República. El Padre Claret acompañó a la familia real al exilio, con intención de regresar pronto a España. Pero no pudo ser y en 1870 falleció en la abadía de Fontfroide, cerca de Narbona. En 1950 sería canonizado por el Papa Pío XII.  

La película de Pablo Moreno arranca en la década de los 30 del siglo XX, cuando otro monarca, Alfonso XIII se vio también obligado a partir al exilio y una Segunda República, no menos convulsa que la anterior, acabó abocando en otro conflicto entre hermanos, que volvería a desgarrar a España en dos mitades. Terrible paralelismo que hiela el alma.

José Martínez Ruiz, escritor que firma con el pseudónimo de Azorín, está indagando la figura de Claret, que había sido denostada por artículos de prensa malintencionados y tergiversadores, una serie de biografías falaces y obras apócrifas y maliciosas. Todo ello instigado por el político liberal Salustiano Olózaga y su camarilla, que recelaban que el sacerdote pudiera ejercer influencia política en la corte. 

Las confidencias del intelectual noventayochista sobre los avances de su investigación, hechas a su esposa Julia y a su amigo Pío Baroja, sirven de hilo conductor para ofrecer una semblanza de la persona y la trayectoria de Claret, desde su vida de seglar, trabajando en una empresa textil, y sus años de predicador misionero por tierras de Cataluña, hasta su labor fundacional antes de ser enviado a Cuba como arzobispo. Obligado a regresar a la península por sus enfrentamientos con las autoridades esclavistas de la isla caribeña, fue nombrado confesor de la reina Isabel II y, aunque él siempre rehuyó mezclarse en cuestiones políticas, su actitud de fidelidad sin fisuras a las exigencias de vida del Evangelio le granjeó muchos enemigos, que, incluso, llegaron a pagar a un sicario para que terminara con su vida. La trama va así avanzando, con escenas intercaladas de Azorín, convertido en narrador de la verdadera historia de Claret. 

Constreñir una vida tan rica en 90 minutos de metraje no es una tarea fácil, pero Pablo Moreno se bandea bien porque el guion es ágil, no pierde interés ni decae en ningún momento. El cineasta se ha documentado bien y cuida hasta los más mínimos detalles para no apartarse ni un ápice de la auténtica realidad de lo que sucedía en esos momentos. Los amantes de la historia disfrutarán especialmente con el film, pues constituye una auténtica inmersión en el ambiente del siglo XIX, visto desde la atalaya de otra época no menos agitada y a través de los ojos de un intelectual imparcial como Azorín, quien llega a declarar que «Ambos bandos tienen motivos para matarme».

Moreno hace referencia a acontecimientos perversos, pero, como ya sucediera en «Un Dios prohibido» no cae en el maniqueísmo ni se erige en juez, hay equilibrio entre la veracidad de unas situaciones tremendas y unos hechos históricos muy duros, y una mirada benevolente y compasiva hacia los seres humanos que los protagonizaron. Su cámara está impregnada de humanismo y bondad, no para intentar disfrazar o modificar la verdad, sino para verla con los ojos del corazón.  

En la persona de Claret, de una fidelidad histórica intachable, se hace patente la separación entre la Iglesia y el poder político. Y resulta creíble porque no elude presentar a algún cura carlista con el fusil en la mano, enfrentándose al mismo Claret al que expone sus temores. La figura del protagonista es grandiosa, pero no por la pluma hagiográfica del guionista, sino porque ese hombre bueno y valiente nunca se acobardó ante las presiones y amenazas, siempre obró con rectitud y nunca perdió la guía de su vida: conocer, amar y servir a Dios.   

Es sorprendente también la figura tan humana de Isabel II. En las coplas populares de su época, la llamaban “la frescachona” por sus innumerables aventuras amorosas. En la película, no se evita aludir a su vida licenciosa y el mismo mote resuena en una escena de un baile palaciego, en boca de unas damas que están contemplando a la reina con desdén. Sin embargo, Moreno dirige su mirada al corazón de una pobre niña que creció sin nadie que la educara y la protegiera y que fue tratada por su entorno como un muñeco al servicio de las intrigas políticas. Alba Recondo, que le da vida con un trabajo encomiable, nos conmueve con la tristeza interior de esa mujer aparentemente tan vitalista y alegre. Isabel II fue «La castiza», pero fue también «La de los tristes destinos». «Estoy muy sola», le confiesa a su confesor, en el que reconoce «al único padre» que jamás haya tenido. 

Es una buena película, con una magnífica calidad visual. La música de Oscar M. Leanizbarrutia envuelve muy bien el desarrollo de la trama. Antonio Reyes es un Claret extraordinario, como Carlos Cañas nos acerca a un auténtico Azorín; Scott Cleverdon se convierte en un Leopoldo O’Donnell de carne y hueso y todo el reparto hace un trabajo encomiable. Pero no puede dejar de destacarse la magistral interpretación de la siempre admirable Assumpta Serna. La breve escena de la confesión de la señora Sandoval es una pequeña joya cinematográfica: ella no pronuncia ni una sola palabra, solo escucha las frases penetrantes como dardos del padre Claret. Moreno nos muestra el rostro de la actriz en un primer plano de una gran expresividad. A cada palabra del confesor, le responde un gesto de ella que deja traslucir cómo le impacta lo que le dice, cómo lo acoge en su interior y cómo la transforma por dentro. Son solo unos segundos, pero dejan al espectador sin aliento.

En la película, hay algunos guiños muy ocurrentes a otras cintas de Moreno, por ejemplo «Poveda», incluido algún cameo, como la madre Helena Studler –protagonista de Red de Libertad, que encarnó la misma Assumpta Serna–, con la que se cruza Azorín en París.

Como curiosidad, no podemos olvidar que Azorín, el hilo conductor de la línea argumental de la película, en sus últimos años, ya viviendo en Madrid después de su época de exilio en París durante la Guerra Civil, fue un gran aficionado al cine y escribió mucho sobre películas. Por sus numerosos artículos sobre el séptimo arte, el «Círculo de Escritores Cinematográficos» le concedió en 1950 la Medalla a la mejor labor literaria. Y ahora, es él mismo, el intelectual de la generación del 98, quien ocupa la gran pantalla, por obra de Pablo Moreno.

 En conclusión, una magnífica película, muy recomendable.