En el caos de las calles de Manila, donde viven montones de niños perdidos, Blanka sobrevive mendigando y robando a los turistas. Está totalmente sola, no conoció a su padre, su madre, alcohólica, la abandonó y no tiene a nadie de familia. Viva y determinada como es, actúa como una auténtica líder con otros niños compañeros de hurtos. Pero en realidad es sólo una niña de 11 años, a la que, lógicamente, le gustaría tener a alguien que se ocupara de ella y la quisiera, es decir, tener una familia. Casualmente, oye la noticia de que una actriz ha adoptado a unos niños y malentiende que ha pagado una buena cantidad por ello. En su interior empieza a tomar forma una idea que pronto se convierte en resolución: ahorrar lo suficiente para poder «comprarse» una mamá. Así podrá tener un hogar y una vida normal, alguien a quien amar y por quien sentirse amada.
Cuando conoce a Peter, un músico ciego que también vive en la calle, su vida cambia totalmente. Gracias a él, Blanka descubre que es buena cantante y, lo más importante, comprende que el auténtico amor es gratuito y que ni todo el dinero del mundo podría comprar ni un ápice del amor de una persona.
Actores no profesionales transmiten la dura verdad de sus vidas, pero al mismo tiempo dan conmovedoras muestras de fantasía, alegría y esperanza. Sin sentimentalismo exagerado, la curiosa pareja de la niña y el ciego emprende un viaje vital insólito, lleno de humor y ternura. Cuando están separados durante algunas escenas, el interés decae y desaparece la emoción, porque son ellos quienes imprimen vigor a la narración. Sin eludir la sórdida realidad, Kohki Hasei tiene la habilidad de transformar una situación dramática de miseria en una hermosa lección de solidaridad, compromiso y dignidad, dota el film de la forma optimista de un cuento infantil, en el que los malos arrollan (Raúl, la mujer que quiere vender a Blanka para la prostitución infantil, el mal hombre que los acusa falsamente de robo) a los buenos (Blanka, Peter, Sebastián) hasta casi destruirlos, pero al final el bien siempre permanece y el amor acaba triunfando sobre el horror y la soledad.
No es una obra magnífica, pero la película está bien realizada, la fotografía es preciosa y las interpretaciones muy buenas. Sin embargo, lo más interesante de la película es el contenido de la historia y su carácter aleccionador. Tiene una sutil carga simbólica, como la figura recurrente de la Virgen, imagen de esa madre tan deseada por Blanka; el rosario que lleva constantemente colgado sobre su pecho sediento de amor; las gallinas que tienen alas pero han dejado de saber volar porque las han esclavizado y que, sin embargo, cuando alguien las empuja a la libertad, ante la sorpresa de todos, recobran su identidad y sus capacidades.
Blanka es una película que gustará a los niños (no menores de 12) porque la historia está protagonizada, vivida, sufrida y superada por una niña. Pero, además, tiene un hondo contenido humano, de altos valores, como el afán de superación, la ternura, la generosidad, el compromiso con el otro, la entrega incondicinal (Es conmovedora hasta las lágrimas la frase del pequeño Sebastián: «Véndeme a mí si quieres, pero déjala a ella»), y, sobre todo, dándole sentido a todo, el amor que todo lo puede y que nunca puede ser una mercancía de cambio. En cualquier ámbito educativo, Blanka puede dar mucho juego para la reflexión sobre valores fundamentales de las relaciones humanas.