París 1884. Felicia es una niña huérfana que no deja de soñar en convertirse en una gran bailarina. Con Víctor, su mejor amigo, que aspira a su vez a convertirse en un gran inventor, organizan un plan rocambolesco para escapar del orfanato y marchar a París. Allí Felicia se hace pasar por una niña rica que está a punto de entrar en la Ópera por recomendación, y así, con una personalidad falsa, consigue infiltrarse como alumna de danza bajo la dirección del mejor maestro.
La película tiene todos los ingredientes y la estructura de un cuento popular: un héroe bondadoso (heroína en este caso) y espabilado, acosado por un ser malévolo, pero también ayudado por otros personajes buenos y generosos, que lucha con tenacidad y astucia por conseguir una meta elevada. Pero cuando está a punto de conseguirla, el mal se impone poderosamente y desbarata todos sus proyectos. Finalmente, de forma súbita e inesperada, triunfa el bien, los malos son castigados –o se convierten en buenos– y el protagonista alcanza la felicidad.
La historia está bien narrada y tiene un ritmo ágil, con imágenes de danza bellísimas, que se alternan con impetuosas persecuciones, escenas de humor y momentos de ternura. Felicia, la protagonista es un ser absolutamente entrañable, tal como Víctor, su inseparable compañero, y también varios de los secundarios están muy bien perfilados y tienen un gran peso en la trama, como la limpiadora-antigua bailarina que acoge a la niña, el maestro de danza, el amigo de Víctor, el guarda del orfanato…
La animación es una delicia a pesar de la precariedad del presupuesto si se lo compara con las posibilidades de una gran productora como los Estudios Disney-Pixar. El director artístico ha realizado una gran labor con la reconstrucción del París de finales del siglo XIX, con unas imágenes bellísimas de la ciudad, cuando la torre Eiffel estaba todavía en construcción pero la Ópera Garnier brillaba ya en todo su esplendor.
No es una gran película, pero sí es una buena película familiar, llena de humor, optimismo y alegría de vivir, y que fomenta en los niños la necesidad del esfuerzo para alcanzar los sueños, además de presentar la belleza de la danza clásica de forma que puede entusiasmar a los más pequeños.