Después de haber sido estrenada en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, en diciembre pasado en La Habana, Últimos días en La Habana ha sido exhibida en la sección Berlinale Special, dedicada a propuestas que invitan a la reflexión. La película llegará a nuestras pantallas en abril.
Centro Habana, el corazón de La Habana de hoy. En una ruinosa vivienda, Diego, un homosexual vitalista de unos 45 años, está postrado en la cama aquejado de SIDA. Alrededor de él vemos todo un mosaico de personajes variopintos, pero con un denominador común entre ellos: todos han sido o acaban siendo doblados por un ambiente opresor que les impide salir de la penuria más lacerante. Pobreza no sólo referente a la carestía de lo más elemental, sino también espiritual. No hay espacio para la trascendencia, no hay más realidad que la que perciben y pueden manejar. El hedonismo del enfermo terminal de SIDA resulta patético, a pesar de que el personaje es profundamente humano y se hace cercano al espectador.
Junto a Diego, cuidándolo con abnegación, Miguel, un viejo amigo de juventud. Es un hombre enigmático, parco en palabras y totalmente inexpresivo. Trabaja como lavaplatos en un restaurante y, en los ratos libres, se dedica a estudiar inglés esperando que un día le llegue el visado y pueda ir a vivir a Nueva York. Con él nos adentramos en la maraña del patio de vecinos y en las calles de la ciudad. Todo da una sensación de pobreza y privaciones. La cámara de Fernando Pérez nos ofrece unos primeros planos de rostros usados que pululan entre la multitud, que sobrecogen por lo que sugieren sin palabras y sin expresión.
Otros personajes son la tía Clara, que sospecha de los posibles «desafectos al régimen», la bondadosa anciana Fefa, el embaucador P4, la prima Rosamunda, Amadito el barbero, Miriam... El más interesante de todos ellos es la adolescente Yusisleydi, totalmente ingenua y transparente, que siempre dice la verdad con su gesto y sus palabras. Yusi es clave en la interpretación de la historia, desde que, llena de ilusión y esperanza, afronta la vida dispuesta a ganarse a pulso una pequeña felicidad, hasta que, pocos años más tarde, se dirige directamente al público para contarle su experiencia y cómo ha aprendido a no decir siempre la verdad.
La línea argumental es muy sencilla, porque lo importante en la narración no es lo que sucede, sino los personajes. Es una historia de seres humanos con horizontes muy limitados por su contexto y circunstancias, pero capaces algunos de ellos de vivir la amistad, los afectos y la generosidad hasta el límite. La fotografía es muy buena, la película está muy bien montada, el guión es fluido y los diálogos, espontáneos y naturales, captan totalmente el interés del espectador. La música tiene una función casi de protagonista en la ambientación de las peripecias argumentales, desde canciones como «Contigo en la distancia», interpretada de forma personal por la misma Gabriela Ramos, hasta Bethoween sonando en un taxi desvencijado.
Jorge Martínez y Patricio Wood están magníficos en sus respectivos papeles de Diego y Miguel, y entre los secundarios, que cumplen todos muy bien, destaca la joven Gabriela Ramos encarnando a Yusi. Realmente extraordinaria, especialmente en los primeros planos del monólogo final.
Las viviendas, avejentadas, desconchadas y sin intimidad, parecen el reflejo de los protagonistas, personas irremisiblemente quebradas y vencidas por dentro, incapaces de elevar la mirada hacia lo alto, sin esperanza en una vida mejor, y sin fuerza para luchar por la libertad. Es una buena película que deja un sabor amargo, la tristeza de personas resignadas, que renuncian a vivir con tal de sobrevivir.