Cine y Valores

Éter

Título original: 
Éter
Puntuación: 
9

Average: 9 (1 vote)

Publico recomendado: 
Año: 
2018
Dirección: 
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
118
Contenido formativo: 
Crítica: 

FAUSTO Y MEFISTÓFELES, EL MANIPULADOR MANIPULADO

Como preludio, en un lugar del imperio ruso, en los años previos a la “Gran Guerra”, un ambicioso médico que no cree en Dios pero que se cree dios, investiga sobre los efectos y los usos del éter. Por un error, mata a una mujer y él es condenado a muerte. Inesperadamente, el mismo Zar le conmuta la pena por un destierro a Siberia, de donde poco después logra escapar y llega a territorio austrohúngaro. A continuación, como fondo a los títulos de crédito, una tabla gótica con escenas truculentas de demonios lacerando a los condenados a los que arrastran al fondo del abismo.

Después de haber salido de territorio ruso, el doctor entra al servicio del ejército imperial autrohúngaro, y consigue que le permitan seguir haciendo experimentos con el éter. Investiga no solo con cadáveres, sino también con enfermos, a los que no tiene ningún escrúpulo en inyectar sustancias para comprobar su reacción. “Estamos a un paso de la resurrección”, llega a exclamar ensoberbecido.

El personaje no tiene nombre propio, no lo necesita. Es una metáfora de la maldad encarnada en el ser humano, que se cree digno de decidir sobre la vida y la muerte de sus congéneres. En público viste la bata blanca de su profesión, pero en la intimidad de su laboratorio privado, la cambia por un traje talar negro, para oficiar sus siniestros rituales de sacrificios humanos a la ciencia. A su lado, como ayudante, el joven Taras, un inocente campesino, al que tiene encandilado y no es capaz de darse cuenta de que está siendo víctima de un abyecto manipulador. La película nos acerca la historia de la sociedad de finales del siglo XIX, adormecida y fascinada por las promesas del mito del eterno progreso, “Saber más para tener más; tener más para poder más; poder más para ser más feliz”, que acabarían estrellándose contra la cruda realidad de la terrible Primera Guerra mundial. de 1914.

El éter es un instrumento al servicio de la medicina (como cuando puede hacerle sin dolor la cura al atribulado teniente), pero en manos del doctor sin nombre, se convierte en la “quintaesencia, que está en todas partes y quita al hombre su libertad”. Algunos de sus efectos son lo que se llamaría hoy dopar a los deportistas, estimular la libido e incrementar la potencia sexual, procurarse con fármacos sensaciones placenteras, perder el control y convertirse en presa fácil para todo tipo de abusos. Lo que él pretende, y que no se priva de declarar, es tener dominio sobre las personas. El modo de conseguirlo: degradarlos.

Su actitud perversamente egoísta alcanza a todos los estratos de su ser: su actividad profesional, sus relaciones personales y hasta el ámbito de su ambigua increencia. Investiga para su propio provecho -tener poder- y permanece indiferente ante las terribles consecuencias de algunos de sus experimentos o de sus errores; no quiere a nadie, utiliza a toda la gente de su entorno para sus fines espurios y no se conmueve en absoluto ante la bondad, más bien le produce rechazo. Recibe con un gesto burlón la pregunta de una enferma “¿Mi sufrimiento servirá para ayudar a alguien?”, o, advierte a su ayudante: “El agradecimiento te debilita”.

Es un hábil manipulador que sabe aprovechar las necesidades y las bajas pasiones de las personas para conseguir los fines que se propone. Empuja a un mísero sacerdote a cometer sacrilegio por un extraño motivo que solo entenderemos al final del film. En su soberbia, se lanza a correr por el monte en una noche cerrada de tormenta, sin más luz que los rayos que surcan el cielo, espada en mano, desafiando al Dios en el que dice no creer.

Toda la trama de la película gira en torno al personaje protagonista, cómo es, cómo actúa, y a dónde se encamina irremisiblemente, componiendo una tristísima alegoría de un mundo -el nuestro- marcado por el materialismo nihilista, desgarrado por dentro y vacío de esperanza.

La producción del film de Krzysztof Zanussi es importante, es una buena película con un guion que mantiene bien el ritmo, una adecuada dirección artística, una fotografía bellísima y un notable trabajo de todo el reparto. Seguir los pasos y vicisitudes de un personaje tan siniestro y sombrío como el doctor sin nombre resulta desazonador y, sin embargo, el espectador queda totalmente atrapado en la historia. Pero cuando solo quedan unos 12 minutos de película, poco después que el doctor haya afirmado “que todo es falso”, y que “hay que decir siempre la verdad”, Zanussi nos hace dar el salto a las consecuencias del mito del eterno progreso y nos lleva el horror de las trincheras de la Gran Guerra. Y a partir de ese momento, con una mirada retrospectiva nos vuelve a ofrecer el desarrollo de la historia. Y el espectador comprende que todo estaba allí, ante sus ojos, pero que él no supo verlo, distraído como estaba en lo superficial. Y le surgen preguntas aterradoras: ¿Puede un hombre, por muy sabio y poderoso que sea, decidir sobre la vida y la muerte de otro hombre? ¿Cuáles son los límites de la ciencia? ¿Está también nuestro mundo adormecido por el éter del hedonismo, incapaz de ver lo que sucede en realidad? ¿Somos tan obtusos como para no saber presagiar el futuro que nos espera y que, tal vez, sea también una irracional catástrofe de furia, sangre y destrucción?

En el último instante, un rayo de esperanza con la mirada vuelta hacia lo alto. Aún nos queda una salida. No todo está perdido… todavía.

Una magnífica película del gran director polaco. Amarga y dura, pero bellísima en la forma y muy rica en el contenido humano. Muy recomendable.