CRISIS EXISTENCIAL
Alain Morel, redactor jefe en un periódico a punto de quebrar, su esposa Sophie, enfermera jefe en un hospital, y sus tres hijos, Valentine, la mayor, Léo, el adolescente rebelde y Chacha, la pequeña de 6 años, constituyen una familia no muy bien avenida. El padre no asume ninguna responsabilidad y es Sophie quien lleva todo el peso, a precio de estar estresada y de bastante mal humor. No es, pues, raro, que los hijos sean problemáticos.
Con ocasión del cumpleaños de Chacha, acuden los cinco a un parque temático, pero, como era de esperar, no ha lugar para la diversión, todo comienza con una bronca familiar. Alain se queda solo en una atracción y, muy harto de su familia, responde mentalmente a un cartel que invita a los visitantes a formular un deseo. Por la noche, en las habitaciones del hotel, todo es un caos hasta que, por fin, los cinco se duermen. Pero, a la mañana siguiente, al despertarse, cunde el pánico, cuando descubren que sus mentes se han intercambiado y que cada uno de ellos está atrapado en el cuerpo de otro miembro de la familia. La pequeña Chacha está en el cuerpo del padre, el padre en el cuerpo de su hijo adolescente, el hijo en el cuerpo de la hermana mayor, la hermana mayor en el cuerpo de la madre y la madre en el cuerpo de Chacha.
Rápidamente Chacha, es decir, Sophie, toma las riendas de la situación, pero nada es sencillo, y se complica todavía más cuando llega la abuela y entra a formar parte del siguiente intercambio de cuerpos y mentes.
Jean-Patrick Benes, director y coguionista con Antoine Gandaubert, Martin Douaire, Allan Mauduit, Thibault Valetoux (¿Hacía falta tanta gente para un producto tan mediocre?) parte de una idea poco original, que ya habíamos visto en Ponte en mi lugar, de Mark Waters, en 2003 (que era, a su vez una nueva versión del mismo tema), en que Lindsay Lohan y Jamie Lee Curtis, madre e hija en la película, intercambiaban sus cuerpos como consecuencia de un hechizo.
El film no ofrece sorpresas, pero el conjunto es amable y tiene algunos momentos divertidos, con unas reflexiones al final sobre el sentido de la familia y cómo es algo que todos haríamos bien en tomarnos en serio. Sin embargo, se queda más bien en buenas intenciones, porque, a pesar de algunos gags divertidos, no consigue enganchar al espectador.
Los actores hacen un buen trabajo, muy especialmente Alexandra Lamy, en la ficción, el eje de la familia, y en la realidad, el eje de la película. Pero no es suficiente para remontar un producto tan flojo.