LA BANALIDAD DEL MAL
La película empieza con las imágenes de una idílica excursión familiar al borde del río Vístula. Así entramos en la vida cotidiana de la familia Höss, Rudolf, Hedwig y sus cinco hijos. Una vida aparentemente plana y anodina: el padre va cada día a su lugar de trabajo, mientras que la madre se ocupa del orden de la casa y del cuidado de los hijos. Viven en una mansión enorme, para cuyo mantenimiento cuentan con numeroso servicio de origen judío. El jardín y el invernadero están repletos de plantas y flores bellísimas y perfectamente cuidadas, y en medio del jardín una gran piscina. Vemos cómo reciben amigos que comparten baño y juegos con los niños Höss. Una vida familiar armoniosa.
Pero hay un «detalle» que hace que esa vida familiar no tenga nada de armonía ni de normalidad, puesto que se trata deRudolf Franz Ferdinand Höss, teniente coronel de las SS y comandante de Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de concentración y exterminio nazi. Bajo la supervisión de Heinrich Himmler, Rudolf Höss llevó a cabo una macabra iniciativa para aumentar las capacidades de muerte y destrucción de Auschwitz, con un conjunto de cámaras de gas y de hornos perfectamente sincronizados. Él mismo estimó que era el responsable directo de casi tres millones de muertes.
Jonathan Glazer, director y guionista de La zona de interés, se basa en la obra homónima de Martin Amis, para ofrecer una forma original y novedosa de mostrar el holocausto. La gran fuerza de la película, su enorme capacidad de impactar en el espectador y dejarlo sin respiración durante toda la proyección, es la dicotomía entre la banalidadde las acciones que muestra a este lado del muro del campo, en la mansión de la familia, y la banalidad del mal que se desarrolla fuera de campo, y que el espectador intuye por los sonidos y ruidos que surgen de ese infierno de perversidad sin límites: gritos, ladridos, disparos... y el humo de los hornos que sale permanentemente de la chimenea. Este fuera de campo que remite el horror de la solución final a la imaginación del espectador permite que la cámara se acerque hasta el núcleo de la perversidad, hasta dejárnosla tocar con los dedos, sin necesidad de revelar nada a nuestros ojos.
Glazer deja ver cómo personas aparentemente normales pueden llegar a acostumbrarse a convivir con la crueldad más atroz sin inmutarse. Unas extrañas escenas oníricas en blanco y negro, dejan entrever el caos, no solo de unas mentes perversas, sino de unos seres humanos sordos y ciegos frente a la más abominable atrocidad. El siniestro contraste se hace todavía más macabro cuando la señora Höss y su madre hablan de plantar una viña para que esconda el muro del campo y evitar que ensombrezca la belleza del jardín.
Christian Friedel como Rudolf Höss y Sandra Hüller en el papel de su esposa Hedwig entregan unos personajes fríos, de una maldad imperturbable, que encaja perfectamente con el tono de la trama.
Es una película dura, pero imprescindible en estos tiempos tristes de resurgimiento del antisemitismo. Ojalá constituya un revulsivo y un compromiso de que bajo ningún concepto puedan repetirse esos horrendos crímenes contra la humanidad.
A modo de epílogo, recordemos que durante los juicios de Núremberg, Rudolf Höss declaró que nunca se le había ocurrido la idea de negarse a ejecutar una orden de Himmler, nunca se preguntó si estaba mal, que simplemente había actuado en nombre del imperativo militar categórico. Los cual nos remite a la película de Margarethe von Trotta, Hanna Arendt (2012), que nos muestra fragmentos del juicio de Adolf Eichmann en 1961, en los que mantendría la misma teoría en su defensa. A esa falta de sentido ético y a esa colaboración sumisa con acciones y situaciones perversas, Hanna Arendt lo llamó la banalidad el mal.