UNA HISTORIA DE REENCUENTRO
Alba, acompañada de su novio, regresa a la casa familiar, un edificio impresionante frente al mar, en una zona solitaria y agreste de la costa de Almería, para reencontrarse con su madre y con su hermana.
Hacen una parada en un extraño lugar, en medio del desierto almeriense, donde un anciano lugareño ha puesto a la venta un gran número de enseres variados. Son recuerdos de vidas ya desaparecidas, que fueron y ya no son. Poco después la pareja rompe su relación y Alba continúa sola hacia sus propios recuerdos y su propia vida pasada.
Hace años se fue de allí a causa de un desencuentro con Aurora, su madre, y algo también con su hermana Candela. Jamás volvió y las relaciones fueron pocas y distantes. Pero ahora, sin que sepamos por qué, regresa a sus orígenes.
Es una historia críptica, desde el principio hasta el final, porque el espectador no acaba de enterarse ni de qué pasó para alejarse unas de otras ni qué pasa ahora para que se acerquen. Pero se percibe que, en el fondo, a pesar de todo, entra la madre y las hijas hay unos vínculos de amor bastante sólidos.
Está dividida en tres partes, cada una de ellas con el nombre de las protagonistas: Ana, Candela, Aurora. Es, pues, una película solo de mujeres, no hay padre y el novio desaparece desde el principio.
Para su ópera prima, Juan Francisco Viruega se recrea con la cámara aprovechando bien todas las posibilidades que le brinda la costa almeriense, de una belleza y una luminosidad deslumbrantes. Pero, aparte de todo ese juego estético, realmente de una gran belleza, la película no ofrece casi nada más. La acción es demasiado lenta, apenas hay diálogos, y lo que tal vez quisiera ser una sugerencia poética acaba resultando bastante aburrido.
Las tres actrices –Aura Garrido, como Alba, Iria del Río, la hermana Candela e Isabel Ampudia, en el papel de la madre– hacen un trabajo extraordinario, y la luminosidad de la fotografía de Pepe de la Rosa es bellísima. Pero la película es excesivamente morosa y no consigue llegar al público.