QUE LOS NIÑOS SEAN NIÑOS
Narra en flashback la historia de un maestro, Antoni Benaigues, natural de Montroig del Camp, en Tarragona, que fue a ejercer a Bañuelos de Bureba, un pequeño pueblo de Burgos, en 1934. Al principio de la guerra civil, en julio de 1936, fue “depurado” y fusilado.
En la película hay que distinguir dos hilos narrativos, uno en los años treinta y otro en la actualidad. En el primero hay que distinguir dos aspectos: uno la persona del maestro y su trabajo en la escuela con los niños; otro la ambientación histórica con los primeros episodios de la guerra. La acción actual es el hilo conductor que va dando lugar a los recuerdos y los relatos.
Enric Auquer está soberbio como el buen maestro Benaigues, con un reconocible acento catalán, pero sin ninguna exageración. Utilizó con sus alumnos el método Freinet que introducía la imprenta en la escuela, y su actitud fue como un soplo de aire fresco que abría horizontes de cultura para esos niños de aldea. Eran los tiempos de la Segunda República Española, es decir, tiempos de pobreza extrema y de ignorancia. Esa parte de la película es conmovedora y de una gran ternura. Los niños y los lugareños hacen un buen trabajo, pero el peso recae casi exclusivamente sobre un Enric Auquer que salva él solo la película. Si bien también Luisa Gavasa está inconmensurable en su brevísimo papel.
Ahora bien, la ambientación histórica es un ejercicio de memoria histórica de «diseño», totalmente maniqueísta. Las figuras del sacerdote y de los falangistas están deformadas hasta límites increíbles. Hay una tal carga ideológica y una tal obsesión guerra civilista tergiversada (buenos buenísimos, aplastados por malos malísimos), que muy probablemente la película triunfe en los Goya.
La parte sincrónica es muy floja y ni el buen hacer de Laia Costa consigue sacarla a flote.
La película está bien hecha y bien representada, y en ese sentido es muy agradable de ver, aunque es una historia muy triste. Pero la carga ideológica la convierte en algo avinagrado para los que no tengan ganas de odiar.