LA SOLEDAD DEL ABSURDO

Sam, un adolescente difícil y con tendencias suicidas, al que su padre mandó a un internado a la muerte de la madre, vuelve a la casa de campo familiar para pasar una temporada con su padre. Pero su decepción es enorme cuando se entera no solo de que su padre no se va a quedar porque tiene un viaje de negocios, sino, además, que llega Ruth, su abuela paterna, a la que él ni conoce, y que va a ocupar la habitación de su difunta madre y él tendrá que ayudar a la enfermera a cuidar de ella.

Ruth ha tenido recientemente un accidente en la pierna, debe ir en silla de ruedas y se ha visto obligada a viajar con su enfermera desde Inglaterra hasta Nueva Zelanda, donde viven su hijo y su nieto. Antigua fotógrafa de guerra, siempre había estado muy distanciada de su familia y no parece que las relaciones con su hijo hayan sido muy armoniosas. Es una mujer amargada, con muy mal carácter, egoísta, dominadora y alcohólica. 

Al principio, las relaciones entre abuela y nieto son de abierta enemistad, pero, poco a poco, a medida que se van conociendo, se produce un cierto acercamiento. Todo muy previsible, pero Matthew J. Saville, responsable del guion, ha optado porque todo se resuelva con acciones más que con diálogos entre ellos. El peso recae, pues, totalmente sobre los dos actores protagonistas, Charlotte Rampling y George Ferrier. Charlotte Rampling, cuya sola presencia llena la pantalla, deja espacio para que el joven Ferrier se luzca. Ella y él son los mejores activos de la película.

Es la historia de tres seres solitarios, tres vidas al pairo, sin sentido ni otra meta más que esperar la muerte. No hay ni confianza ni cariño entre ellos, si bien, al final, entre la abuela y el nieto hay algo parecido a un cierto afecto. Hay algún momento, como el baile de abuela y nieto, que puede provocar una cierta emoción, pero le falta aliento para llegar a conmover al espectador. Por otra parte, tanta desesperanza, tanta soledad y tanta indiferencia hacia la trascendencia y todo lo valioso, llega a helar el alma.

Es de esas historias que producen el efecto contrario, y al salir de la sala de cine, uno tiene ganas de cruzarse por la calle con gente que vayan de la mano y se miren con cariño, y que entren en una iglesia y hablen con Dios de sus problemas.

Muy buenos actores para un película que no acaba de arrancar.