ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

Clarisse se va silenciosamente de su casa, abandonando a su Marc marido y a sus dos hijos, Lucie, que quiere ser pianista y Paul que está empezando esa época difícil de la adolescencia. Se embarca en su viejo coche, una pieza de colección que tiene parada desde hacer mucho tiempo y se va de viaje sola porque le apetece ver el mar. Los tres están dormidos y Clarisse los mira, uno tras otro, con mucho amor, pero se va sin ninguna explicación. 

La música tiene una fuerza extraordinaria a lo largo de todo el film; casi constantemente suena el piano de Lucie mientras la figura de Clarisse, en primer plano o plano medio, ocupa toda la pantalla. Poco a poco, Amalric va desvelando el enigma de su personaje, que para no caer en la locura, huye de su vida real y se crea un relato fantasmagórico. No pueden darse más detalles porque sería caer en el spoiler.

Una película rodada con una gran sensibilidad, muy bien interpretada, especialmente por la protagonista, una Vicky Krieps que no roza en ningún momento la exageración y a la que Mathieu Amalric ha erigido en centro de todo el texto narrativo. La película es una experiencia única, como espacio del vacío que deja el dolor inexplicable.