CUANDO LA INMENSIDAD SE REDUCE A CASI NADA
Roma, años 70: barrios de clase media alta, a medio construir; programas de televisión aún en blanco y negro. Clara y Felice acaban de mudarse a un piso nuevo muy bien acondicionado. Tienen una vida desahogada en lo concerniente a la economía, pero su matrimonio está acabado: ya no se aman, pero son incapaces de separarse. Clara se refugia de su soledad y en sus tres hijos, especialmente en Adri, la mayor. Es una mujer de mentalidad abierta, que no es muy bien aceptada por la familia de su marido.
Clara y su hija Adriana están muy unidas, no solo por el amor filial, sino porque ambas están irremisiblemente atrapadas, una en un matrimonio sin amor, con un machista empedernido que le es infiel, la desprecia y la maltrata, la otra en un cuerpo que no siente como suyo. Ambas comparten una pasión por la danza y la música que le da a Adri materia para dejar volar su imaginación y evadirse del entorno que no le gusta. Crialese se atreve a poner en escena una suerte de sueños de karaoke en blanco y negro, en los que Adri ve a su madre transmutada en Raffaella Carrà bailando y cantando su célebre Rumore, o en Patti Pravo cantando Grazie amore mio, hasta que, por fin, se ve a sí misma, convertida en un apuesto muchacho, elegantemente vestido, ante un público rendido, interpretando la misma canción, Grazie amore mio, ahora con la voz de Johnny Dorelli.
El director italiano Emanuele Crialese se inspira en su propia juventud y en las circunstancias reales de su propia vida familiar allá por la década de 1970 del pasado siglo para trazar el personaje de Adriana y para construir una película llena de nostalgia y amargura.
L’immensità hace honor al título, por la profusión de temas que quiere trata: el machismo tóxico, el transgénero, el desequilibrio de los hijos en una familia que no se sostiene (el mayor, que aspira a ser chico, vie aislado su drama interior, el segundo, como protesta, defeca en los rincones de la casa y la pequeña se niega a comer). Finalmente no profundiza en ninguno y todo se queda en mera anécdota superficial.
Nada en la película es desdeñable ni el guion, ni la dirección, ni la puesta en escena, ni las interpretaciones–, pero nada llega realmente al espectador. Lo único indiscutible es el trabajo excelente de Penélope Cruz. No es capaz de salvar una cinta anodina, pero sí llena la hora y media de proyección.