[Crítica cedida por Pantalla90]
ENTRE AMARGURA Y ABURRIMIENTO
Un verano, un pequeño pueblo de Valencia que esa noche va a celebrar la verbena de la fiesta mayor. Blanca, en la casa familiar, ha convocado a sus amigos de siempre, para los que prepara la primera paella de su vida.
Hace mucho tiempo que no están los cinco juntos y tampoco han tenido mucha noticia unos de otros. Por eso, reunirse es un motivo de alegría, aunque sobre ellos planea incesantemente la enigmática sombra de Paula, la ausente. Son todavía jóvenes, pero ya llevan una pesada carga de frustración y amargura. Son cinco perdedores y Paula. Paula: un péndulo que se mueve, una urna y la gallina “Pauleta”.
Al principio, la propuesta promete ser interesante. Uno no puede dejar de pensar en Los amigos de Peter (Kenneth Branagh, 1992) y, en la película más reciente, Las distancias, de Elena Trapé (2018). Pero a los pocos minutos ya resulta evidente que la trama hace aguas por los cuatro costados. No es suficiente con tener elementos para una historia, hay que trabarlos debidamente para que avancen con sentido. Y este es el gran problema de la película de Ripoll, que el argumento no avanza, va a la deriva, es repetitivo y acaba aburriendo.
Se aluden temas interesantes, respecto de esa generación que ahora está en la treintena, como la precariedad laboral y la falta de horizontes profesionales. Hasta se sugiere un conflicto social, con el anuncio del cierre de una fábrica en el pueblo, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo. Pero ninguna cuestión acaba tratándose a fondo y todo gira alrededor de esos cinco personajes inmaduros, que no ven más allá de beber o colocarse juntos y tener sexo.
Son cinco personajes vacíos, sin ningún horizonte por encima del nivel de lo inmediato, sin ningún resquicio de apertura a un proyecto de vida mínimamente valioso. Sus relaciones afectivas se mueven en el mismo suelo yermo, han tenido parejas, pero no han amado ni han sido amados. Todo resulta plano, sin profundidad. Son vidas huecas.
María Ripoll es una magnífica directora con acreditada experiencia. Recordemos cómo demostró su dominio de la cámara y su sensibilidad para los valores humanos con la exquisita Rastros de sándalo (2014). En un estilo bien distinto, cinco años más tarde, nos ofrecía Vivir dos veces, una road movie muy divertida cuando avanza por las rutas exteriores de Valencia a Pamplona y profundamente conmovedora cuando se adentra por los caminos interiores del amor y el olvido.
No es, pues, de extrañar que Nosotros no nos mataremos con pistolas, a pesar de esa falta de ritmo y de interés en el guion, esté bien filmada y tenga algunos momentos que puedan resultar cómicos o transmitir algún sentimiento sincero, pero se quedan perdidos en clichés previsibles.