[CRÍTICA CEDIDA POR PANTALLA 90]
OTRO MUNDO ES POSIBLE
Un mundo nuevo narra la historia de una empresa que está programando un plan de despidos. Es la tercera entrega de la trilogía de Stéphane Brizé que expone cómo la destrucción de puestos de trabajo afecta a la persona que lo sufre y advierte de los terribles derroteros que puede tomar el mundo de una empresa, si se pierden los referentes éticos. En La ley del mercado, el cineasta se centraba en la figura de un parado, pisoteado y humillado, que acaba por aceptar un trabajo para poder mantener a su familia, a pesar de que le plantea serios dilemas morales. En guerra(2018) tenía como protagonista a un sindicalista que encabeza los esfuerzos de los empleados de una fábrica, ante el preaviso de un despido masivo, para impedir que la empresa cierre y los deje a todos en la calle.
En esta última película, Brizé dirige el foco a los cuadros de directivos y nos introduce en los entresijos de un sistema jerárquico perverso en el que cada uno oprime al que tiene bajo su pie, mientras debe mostrarse servil con quien tiene por encima. Y nos va mostrando la crueldad de un sistema que considera a los empleados como números, meras piezas de un engranaje que debe generar pingües beneficios, aun en detrimento de la dignidad de las personas que lo hacen funcionar.
El núcleo de la historia es Philippe Lemesle, director de una de las fábricas de la cadena de una empresa multinacional, establecidas en distintas ciudades de Francia. Los diez años que lleva en el cargo le han supuesto una buena situación económica, pero el precio ha sido la familia rota y su propia persona perturbada y quebrada por dentro. Anne, su mujer, incapaz de seguir soportando la presión de un trabajo que no deja tiempo ni espacio para la familia, le ha pedido el divorcio y, en una escena que hiela la sangre, tantos años de amor se acaban convirtiendo en fórmulas acusadoras de ambos abogados y en las correspondientes sumas de dinero.
Por otra parte, en el trabajo, Lemesle está viviendo la angustia de verse obligado a acatar unas órdenes que repugnan a su conciencia. Está totalmente atrapado entre las exigencias de su jefe inmediato, Claire Bonnet-Guérin, de mirada, palabras y corazón de acero, de los accionistas, de la cúpula americana de la multinacional y de Wall Street, y, por el otro lado las justas protestas de los obreros, que le parten el alma porque sabe que tienen razón y que lo que se pretende hacer es inhumano.
Philippe Lemesle se está enfrentando a la tesitura más desconcertante y difícil de su vida. La ruptura familiar le ha servido de espejo para descubrir cómo él, sin darse ni cuenta, ha hecho sufrir a los que más ama, y, al mismo tiempo, la complicada situación laboral, en conflicto con su propio sentido ético, lo obliga a tomar postura: o sigue los dictados de su conciencia y todos los esfuerzos de tantos años habrán sido en vano, o se adapta al sistema y sigue con su carrera ascendente. Para complicar más su dilema moral, su hijo adolescente sufre un brote psicótico y necesita de la cercanía de sus padres.
Como en las otras dos películas de la trilogía, Stéphane Brizé sigue fiel a su coguionista Olivier Gorce y a su actor fetiche Vincent Lindon. Una vez más, Lindon hace gala de su maestría actoral y está, sencillamente, soberbio. Pero hay que decir que todos los actores, sin excepción, están impecables. Marie Drucker se mete perfectamente en la piel de una insensible mujer de negocios. Y qué decir de la inconmensurable Sandrine Kiberlain, capaz de transmitirnos, sin una sola palabra, la firmeza de su amor, intacta bajo las lágrimas y el profundo sufrimiento. Anthony Bajon asume con mesura y delicadeza el personaje del adolescente con serios problemas, para quien la presencia amorosa de sus progenitores, unidos los tres, formando una familia, es el mejor remedio para su desorden mental.
La película muestra la perversidad de un sistema en el que impera el capitalismo salvaje, pero prescinde de todo maniqueísmo en su denuncia. Revela la realidad social de nuestro mundo, lo que, con frecuencia, sucede en el mundo de la empresa y, a través del dilema en el que se debate Philippe Lemesle, de su lucha de conciencia, abre una puerta a la esperanza, porque “un nuevo mundo” (“otro mundo” en el título original) es posible.