Cine y Valores

EL UNIVERSO DE ÓLIVER

Título original: 
EL UNIVERSO DE ÓLIVER
Género: 
Puntuación: 
6

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Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2022
Dirección: 
Fotografía: 
Distribuidora: 
Duración: 
112
Contenido formativo: 
Crítica: 

EL COMETA HALLEY

España, año 1985. Óliver, un adolescente buen chico y serio, pero con una imaginación desbordante, se muda con sus padres, Miguel y Carmela, y su hermano pequeño Marcos a un pequeño pueblo junto a la Bahía de Cádiz, a casa de su abuelo, apodado “el majara” por razones obvias. En realidad, ha sido una huida, pues el pobre Miguel está lleno de deudas, a las que es incapaz de hacer frente, y lo siguen constantemente dos cobradores del frac.

Todos los varones de la familia, por línea paterna, han nacido en año bisiesto, un 29 de febrero, lo cual, según el abuelo, es la causa de su tradicional ‘mala estrella’. La única solución es, pues, subir a las estrellas para invertir el proceso de mala suerte. La ocasión se va a presentar en breve, porque el Cometa Halley está a punto de pasar muy cerca de la zona. El abuelo tiene ya preparada su ‘nave espacial’, a la que solo le falta una pieza primordial, que Óliver debe encargarse de conseguir.

A pesar de su timidez, Óliver encaja rápido con los chicos del barrio y, por tanto, se ve inmerso en la rivalidad entre los “payos” y el grupo de los “gitanos” del barrio vecino, el ‘agujero negro’, denostado por todos. La vida no es apacible apara el muchacho, dados los problemas que está viviendo en su casa, pero el abuelo, con sus ocurrencias, excita la imaginación de su nieto y, sobre todo, le hace albergar sueños de mejora para la familia.

Alexis Morante, conocido por sus vídeos musicales y sus documentales, debuta en la ficción adaptando una novela de Miguel Ángel González Carrasco, quien participa también en el guion, y nos ofrece una película familiar llena de buenos sentimientos y mejores intenciones. Y con algún guiño nostálgico al viejo Verano azul

Sin ofrecer moralinas, de la trama argumental se desprenden varias lecciones importantes, como el poder pernicioso de los prejuicios sociales y raciales. En el barrio, los gitanos, despreciados y temidos por los payos, reclaman su derecho a ser tratados con el respeto que merecen por su dignidad personal. La reacción final de las dos bandas de muchachos enfrentadas, además del trabajo que, por fin ha encontrado Miguel, suponen un punto de inflexión en esa situación absurda de descalificaciones mutuas.

También es interesante el tema de la “mala suerte”, que hunde en la pasividad a Miguel y excita la locura del abuelo, pero que Carmela trata con la sensatez debida. La solución está, no en soñar o viajar a las estrellas, sino en esforzarse y trabajar. Su decisión de formarse para abrirse nuevas posibilidades es realmente ejemplar. Por otra parte, cuando Miguel, desesperado, se mezcla con los traficantes para poder llevar un dinero a casa, la imagen de su hijo reflejada en el espejo retrovisor del coche se convierte en el revulsivo para que deje los atajos y busque un trabajo honrado por muy humilde que sea. No todo vale. 

La idea de familia es asimismo muy sólida. Viven momentos muy difíciles, pero los cuatro y el abuelo están unidos y dispuestos a colaborar en la medida de sus posibilidades. En la película, también se exalta el valor de la palabra dada, cuando los chicos rivales adquieren un compromiso tan definitivo como el uso del campo de fútbol, unos y otros están dispuestos a cumplirlo.    

Los nombres conocidos, Pedro Casablanc, Salva Reina y María León, realizan un buen trabajo, como no podía ser menos. Pero también los actores jóvenes y con poca experiencia lo hacen francamente bien.

Se agradece una película que, sin ser moralizadora, presenta criterios éticos muy claros. Es como una bocanada de aire limpio en medio del ambiente de relativismo moral que nos ha tocado respirar.