CERRAR HERIDAS
Sorprende al espectador el empecinamiento de Mateo por hacer el Annapurna, la décima montaña más alta de la Tierra, él solo y en la peor época posible. Apenas ha empezado a ascender, que sufre una aparatosa caída que habría podido costarle la vida. Afortunadamente para él, cerca de ahí, en un refugio en medio de la montaña, vive Ione, una joven vasca que fue una prestigiosa alpinista, experta en “ochomiles”, y hoy es un espíritu atormentado que solo desea la soledad. Ella cuida al herido hasta que se recobra y, a pesar de que le recomienda que desista de su proyecto, porque ni es tiempo ni, sobre todo, es empresa para un novato, en cuanto se ve con fuerzas, Mateo vuelve a cargar su mochila a la espalda y se va con intención de llegar a la cima.
Aunque al principio Ione marca distancias entre ellos, poco a poco la bonhomía de Mateo va haciendo mella en el corazón de la muchacha, más frío que el paisaje entorno, lo va caldeando hasta que entre ambos surge un sentimiento de profunda amistad. También el espectador irá entrando despacio en la intimidad de los personajes hasta comprender, con un punto de emoción, el sentido del empeño de Mateo por hacer un ochomil, que le va grande en todos sentidos.
Es admirable cómo Ibón Cormenzana ha conseguido filmar en esos parajes tan agrestes, cómo ha podido llegar con los equipos y cómo los ha podido manejar. Pero el resultado es magnífico, con unos paisajes deslumbrantes y unas escenas de tormentas de nieve absolutamente sobrecogedoras.
Javier Rey y Patricia López Aranaiz hacen un buen trabajo actoral, y dan bien el perfil de montañeros avezados, si bien la trama argumental ofrece poca originalidad. Los diálogos, sobrios y estilizados, están bien trabados y dejan lugar, incluso, para una reflexión sobre la presencia de Dios junto al hombre.
En conjunto, la película no está mal, rezuma amor contagioso a la montaña y a la naturaleza abierta, permite pasar un buen rato, pero eso es todo.