LOS PROBLEMAS HUMANOS SE SOLUCIONAN POR ELEVACIÓN
El 11 de septiembre de 2001, el mundo se estremecía ante la noticia de los atentados terroristas en el corazón de los Estados Unidos de América, que se saldó con miles de víctimas mortales, un gran número de heridos y desaparecidos. Eso significaba miles de familias afectadas a las que había que compensar económicamente, pero evitando, al mismo tiempo, el colapso de las aerolíneas, que no tendrían fondos suficientes para pagar tanto dinero. El Congreso creó, pues, un fondo de compensación con el fin de socorrer lo antes posible a los damnificados.
Para gestionar dicho fondo se buscó a un prestigioso abogado, Kenneth Feinberg, quien, junto a su socia, Camille Bros, y otros miembros de su bufete, tuvo que afrontar la difícil tarea de poner una cifra a la pérdida de un ser querido.
La película empieza con una clase universitaria muy interesante en la que Feinberg hace reflexionar a los alumnos sobre cuánto vale una vida humana concreta. Aclara que no se trata de una disquisición filosófica, sino de un juicio práctico que dé un precio en dinero. Los contenidos de esa especulación serán la clave para entender los dilemas que se plantean en la distribución del fondo.
Feinberg intenta aplicar a la vida real las fórmulas que le habían resultado útiles en casos de litigios por accidentes laborales, de carretera, etc. Pero, ante una realidad de la magnitud del atentado del 11-S, no parece posible aplicar una lógica puramente pragmática. Hay demasiados agravios comparativos para que no salten al rostro de quien debe calcular el “precio”. Se trata de vidas humanas, es decir, de realidades de niveles muy superiores a los objetos, cuyo precio podría medirse con exactitud. Pueden calcularse más o menos los problemas económicos que deja un padre o madre de familia, pero la ausencia personal y el vacío de amor no son cuantificables.
Su antagonista, Charles Wolf, que perdió a su esposa en los ataques, promueve un movimiento de oposición al modo en que Feinberg plantea originariamente el reparto del fondo. Sin embargo, Wolf no es su enemigo, no le ataca personalmente porque reconoce en él a un buen hombre que quiere administrar el dinero del contribuyente del mejor modo posible. De hecho, él mismo no ha querido ninguna remuneración por su trabajo, ha decidido hacerlo pro bono, es decir, gratuitamente y sin otro objetivo que el bien del interés público.
La diferencia entre uno y otro es que Feinberg se centra en el reparto del dinero, para que la distribución sea correcta y se atenga a la ley de forma impecable, mientras que Wolf dirige una mirada llena de compasión y comprensión a las familias de las víctimas. El prestigioso jurista actúa en el mero nivel de los objetos cuantificables, lo práctico y lo legal, y Wolf se mueve en un rango superior, el de las relaciones personales.
La película muestra el proceso por el que el abogado, bajo la influencia de Wolf, va elevando su mirada hasta la humanidad sufriente de cada víctima. En ese sentido, la historia resulta muy interesante en su planteamiento de fondo, pero, en lugar de profundizar en la evolución de Feinberg y en cómo va surgiendo el mutuo respeto y la amistad entre ambos “contendientes”, el guion deambula por los casos concretos de distintos personajes, con lo cual la segunda parte de la película acaba resultando un poco reiterativa.
Lo mejor del film lo constituyen las actuaciones de un Michael Keaton en estado de gracia y un soberbio Stanley Tucci. Solo por contemplar los momentos en que aparecen juntos en la pantalla, merecen la pena las dos horas de metraje. Sara Colángelo nos ofrece una buena película, aunque, sin embargo, le falta un poco de agilidad.