QUÉ GRANDE SER JOVEN

Desde la muerte de sus padres, el joven Will Hawkins no ha cesado de dar rienda suelta a su dolor y su frustración a base de actos delictivos, el último de los cuales ha sido robar un coche patrulla de la policía. Ya no hay posibilidad de más casas de acogida para él y va a ser enviado a un correccional. En el último instante, surge, sin embargo, otra posible salida: una madre y un hijo afroamericanos serán los encargados de supervisarlo, a modo de familia de acogida, pero pasarán el verano en un campamento   cristiano. 

A partir de ahí todo es previsible –alegría juvenil, descubrimiento de la amistad, vacilaciones, dudas de fe, enamoramiento, opción por los valores…–, lo cual no implica que la película no sea agradable y entretenida. Se agradece mucho que se presente a una juventud con preocupaciones de futuro, consentimientos a flor de piel, con inquietudes, fallos y torpezas. Pero, sobre todo, con deseos de crecer como personas y en busca de una vida con sentido. Son jóvenes adolescentes que se atraen y se enamoran, pero no están obsesionados con el sexo. Tampoco necesitan emborracharse para «divertirse»; se beben la vida a sorbos, rezuman fuerza y alegría de vivir.

Por el tema, la película nos podría recordar Un paseo para recordar (Adam Shankman, 2002), pero, como musical nos retrotrae a High School Musical (Kenny Ortega, 2006). 

En definitiva, un buen producto de entretenimiento para adolescentes, que les habla de la presencia de Cristo en sus vidas, de amor limpio, del valor de la familia, y del poder sanador de la amistad y el perdón.