LA MAQUERELLE DE LA RÉPUBLIQUE
Se llamaba Fernande Grudet, pero ha pasado a la historia con el nombre de Madame Claude. Esa mujer, surgida de un medio social humilde, llegó a dirigir una enorme red de prostitutas de lujo en el París de los años 1960-1970. Entre sus clientes había personajes franceses o extranjeros de las más altas esferas de la sociedad y la política, –actores, diplomáticos, empresarios, ministros...–. Pero tras el negocio floreciente, el lujo y la lujuria, llevado con pulso firme por una mujer fría e inteligente, estaban agazapados esperando su ocasión, quienes manejaban hábilmente los hilos del poder. No eran mejores que Madame Claude, tan solo más poderosos.
Sylvie Verheyde relata la vida de ese personaje apasionante de la segunda mitad del siglo XX, pero reinterpretada bajo el prisma del Me Too. El resultado es una Madame Claude que tuvo que luchar por su supervivencia en una sociedad patriarcal. Fernande Grudet, que había sido prostituta, comprobó que los hombres trataban a las mujeres como meros objetos de placer y con un fondo de desprecio más o menos explícito. Decidió entonces utilizar su cuerpo y el de sus pupilas como auténticas armas de destrucción lasciva frente al orgulloso enemigo masculino, y utilizar a los hombres como meros objetos de enriquecimiento. El sexo era la única arma de la que disponía y supo hacer uso de ella con inteligencia. Una revancha frente al patriarcado y una forma retorcida de liberación de la mujer. Por eso, Verheyde no muestra la prostitución de forma erótica, sino como un trabajo, una profesión difícil y sacrificada, pero muy rentable.
Madame Claude fue una mujer fuerte que logró triunfar en un mundo de hombres. Y lo cierto es que se convirtió en una mujer de negocios estimada y temida en el mundo político y en el ámbito de los importantes «mafiosos» franceses de la época.
El personaje de Madame Claude es ambivalente, por una parte, era una mujer fría y calculadora, que consideraba a «sus chicas» como piezas de su negocio, a las que permitía, incluso, que los amigos (la palabra cliente estaba prohibida) las golpearan. Pero en ocasiones su comportamiento con las chicas era delicadamente maternal, como si se tratara de una gran familia.
La película, bien realizada, tiene un componente de thriller político o de espionaje, en una trama muy bien trabada que nos lleva desde la cumbre de la grandeza al abismo de la decadencia de un personaje al que se llegó a llamar la «Maquerelle de la République», la Madama de Francia, que se movía tranquilamente entre bastidores del poder, ya sea político, de negocios, mafias o servicios secretos.
No es fácil encarnar a quien ha entrado ya en la leyenda, pero la interpretación magistral de Karole Rocher le confiere entidad a quien fue un monstruo calculador en cierto sentido, pero también un ser humano herido, capaz de ser generosamente protectora de sus pupilas. Junto a Rocher, Garance Marilier está soberbia como Sidonie, su mano derecha y testigo cercano del fin de una época y de un imperio. El reparto es muy bueno y realizan todos un gran trabajo.
Es una historia de reduccionismo, de manipulación y de bajas pasiones. Todo perfectamente envuelto en lujo y glamour, pero no por ello menos amargo. Sorprende por los nombres que aparecen como clientes o relacionados con el negocio de Madame Claudo, y la película resulta muy interesante. Pero la falta de amor y de ética encoje el alma y deja con el mal sabor de la miseria humana.