AMIGOS PARA SIEMPRE
Edad Media, monasterio cisterciense de Mariabronn, en Alemania. Narciso es un joven novicio de gran inteligencia, un asceta y un erudito a pesar de su juventud, introvertido y amante de la soledad para dedicarse a la oración. Al monasterio llega un rudo caballero para dejar allí a su pequeño hijo Goldmundo, al que acusa de ser como la madre de la que dice los ha abandonado. El abad, que tiene en gran estima a Narciso, le encomienda que se ocupe de introducir al niño en la vida monástica.
El pequeño Goldmundo se siente despreciado por su padre, sin entender por qué quiere castigar en él los pecados de su madre, a la que el niño echa tanto de menos. Inmediatamente se aferra a Narciso y ambos empiezan a influirse mutuamente: Goldmundo arrastra al novicio a juegos e inocentes correrías de niños alegres, y Narciso lo inicia en las reglas del monasterio y en la vida de oración. Cuando, recién llegado, Goldmundo le pregunta ingenuamente a Narciso si quiere tomarlo como su mejor amigo, Narciso le responde con dulzura que todos sus pensamientos deben estar centrados en Dios. A lo cual el pequeño replica que estaría bien que fueran amigos los tres, Narciso, Dios y él. Paulatinamente los vínculos de ternura entre ellos van convirtiéndose en una sólida relación de amistad que perdurará a lo largo de toda su azarosa existencia. Y Dios va a estar siempre en el centro de los sentimientos de ambos hombres, para Narciso como certezas y compromiso, para Goldmundo como interrogantes y búsqueda desazonada.
Los dos personajes simbolizan dos facetas del ser humano, uno, el monje, el que desea elevarse a las más altas cotas de perfección, al encuentro personal con Dios. Para ello, debe domeñar su cuerpo y embridar sus sentimientos. Otro, el artista, alegre, ávido de vivir, pero que no se conforma con los pequeños placeres, sino que busca el sentido de la vida, busca el amor que le falló en la infancia, busca en Dios las respuestas a sus preguntas. En la belleza del arte encontrará la verdad y el amor que redime.
La película está muy bien rodada y la fotografía es, por momentos, de una belleza deslumbrante. Sin embargo, el ritmo falla un poco con los flashbacks que nos retrotraen a las aventuras seguidas por Goldmundo después que abandonara el monasterio y que, a su regreso, le narra a su amigo.
Ruzowitzky, fiel al espíritu del libro de Hesse, habla del hombre, no de una época en concreto, y, aunque la película está aceptablemente bien ambientada, no es un relato histórico ni un fresco de la Edad Media. Eso explica que las referencias a la peste no estén demasiado bien logradas.
Los dos actores protagonistas, Jannis Niewöhner como Goldmundo y Sabin Tambrea como Narciso, están extraordinarios, con unos secundarios que desbordan talento.
Película muy interesante.