NEGOCIOS DE MUERTE
Cuando Abby Johnson fue a estudiar a la Universidad, se involucró en la lucha por los derechos de la mujer y empezó a colaborar con campañas organizadas por «Planned Parenthood», una importante red de clínicas abortistas. En la decisión de Abby, había dos errores cruciales. El primero es que le hicieron creer que en el feto no hay una vida humana hasta casi prácticamente el momento de nacer. Otra gran equivocación fue dejarse convencer de que esa cadena de clínicas no tenía ánimo de lucro y únicamente pretendía ayudar a las mujeres asesorándolas sobre la planificación familiar, y solo en último caso recurría al aborto. La misma Abby se hizo practicar dos abortos antes de casarse y formar una familia con un hombre bueno que la adoraba.
Pronto entró a trabajar en una de esas clínicas como voluntaria asesora para recibir a las mujeres que allí acudían. Su labor resultó tan eficaz, que no tardó en ser promocionada al puesto de directora. Hasta que un día se enfrentó con la realidad de qué es realmente un aborto provocado. En su interior se produjo una tal conmoción, que abandonó de inmediato su prometedora carrera en la cadena y se convirtió en una ferviente defensora de la vida.
El guion es una adaptación de Unplanned, el libro en el que Abby Johnson tuvo el valor de relatar, desde el arrepentimiento más amargo, lo que supusieron sus ocho años al frente de la clínica. Ella misma reconoce que estuvo involucrada en más de 22 000 abortos.
La película de Chuck Konzelman y Cary Solomon quiere ser fiel a la realidad, tanto en la trayectoria de Abby Johnson, cuanto en la atrocidad que es suprimir una vida humana en el seno de la madre. Sin olvidar dar detalles sobre el macabro negocio que suponen los centros abortistas, bajo el velo manipulador de una actitud en defensa de los derechos de la mujer.
Esta faceta informativa, que por momentos da la impresión de que se está viendo un documental, es sin duda lo mejor del film. Es importantísimo que se muestre y se demuestre de forma patente lo que es el aborto: eliminar una vida humana. Como también debe saberse que los únicos «derechos» por los que luchan los centros abortistas (y sin escrúpulos de ningún tipo) no son los de la mujer, sino el de enriquecerse ellos mismos. Son negocios de muerte. En ese sentido sea bienvenida la iniciativa del productor, el actor Eduardo Verástegui y su compromiso por la vida.
Las escenas sobre cómo se realiza un aborto puede que sean muy duras, pero obedecen a una realidad que hay que conocer. Sin embargo, las escenas de ficción resultan excesivamente sentimentales y, seguramente para impresionar, en ellas se abusa de la sangre. Se echa de menos alguna historia concreta, algun drama íntimo. Los personajes son totalmente planos. También a la protagonista le falta profundidad, resulta un poco inverosímil que se pueda pasar de reconocerse más o menos culpable de un sin número de abortos a convertirse en defensor de la vida, sin mostrar un profundo dolor vergüenza y arrepentimiento.
Es una película que hay que ver y sería muy conveniente que se pudiera reflexionar sobre ella, para sensibilizar a la mayor parte posible de personas sobre el crimen horrendo del aborto.