[Crítica cedida por Pantalla90]
PALABRAS VIVAS
Maider Fernández Iriarte, la directora de la película, se reúne una vez a la semana con Jordi Desquens, 51 años, con parálisis cerebral. En la habitación de la residencia donde este vive en la actualidad, sin otros testigos que la cámara y los dos interlocutores, se van desgranando las confidencias de Jordi.
La iniciativa cinematográfica de Maider Fernández Iriarte va quedando paulatinamente en segundo plano, para dejar paso a una relación humana cálida y cordial que, sesión a sesión, escena a escena, va convirtiéndose en una amistad entrañable. De este modo, de lo que iba a ser una experiencia cinematográfica, surge una experiencia humana de hondo calado. Paradójicamente, al oscurecerse los recursos y elementos del cine para dejar que la vida inunde la pantalla, emerge la grandeza del cine en todo su esplendor. El cine es capaz de captar la vida y mostrarla, haciendo que el espectador entre a participar de esa experiencia. Es la maravilla del séptimo arte.
Jordi emite sonidos pero no puede hablar. Su padre le ha preparado una tabla de cartón con letras y signos de puntuación. Moviendo por ella los dedos, va componiendo palabras y frases y Maider las repite para cerciorarse de que ha comprendido bien el mensaje. Tras ellos, la cámara constituye los ojos del espectador que asiste, invisible y silencioso, a ese conmovedor proceso por el que dos seres humanos aprenden a comunicarse de corazón a corazón.
La película habla de la fe, de la relación íntima de Jordi con Dios, que se dejó percibir un día con claridad y que ahora parece hacerse el huidizo. O tal vez solo es que quiere que Jordi lo busque, que vaya con ilusión a Lourdes porque en el camino de la búsqueda se encontrará a sí mismo y el sentido de su vida.
Y la película habla del valor de la palabra. La palabra es mucho más que un medio transmisor de un contenido, es mucho más que una vibración material o que un signo escrito que encierra un significado. Permite la comunicación y constituye el medio en el cual pueden gestarse vínculos interpersonales. El dedo de Jordi moviéndose por la tabla va desvelando sus sentimientos más hondos, que Maider acoge y devuelve hechos sonrisa y sentimiento. La palabra es el medio en el que se lleva a cabo un acto de comunión.
El documental es una pequeña joya de humanismo y, cinematográficamente resulta impactante. Las sensaciones del espectador están muy bien dosificadas: al principio el foco se centra en la tabla de las letras. Es el ámbito de posibilidad de expresión de Jordi, su ventana al exterior, su hilo de comunicación. Poco a poco el plano se va ampliando y aparecen los dos personajes, Jordi y Maider. Al principio dos conocidos, pero, a medida que avanza el diálogo, la cámara enfoca hacia la hondura y muestra cómo se va gestando la amistad. Más adelante, Maider está lejos de Cataluña, pero sigue hablando con Jordi, su amigo. Y todavía falta algo más que mostrar: todo lo que constituye el ámbito vital de Jordi, la ternura de la madre que lo mima y lo acaricia. Y el Santuario de Lourdes, la meta espiritual de Jordi, que la directora presenta con unas imágenes bellísimas, llenas de simbolismo.
Una historia humana tierna y apasionante y un documental que merece ser visto y saboreado.