EL PRECIO DE UN TRASPASO
Mickey Pearson, el más importante capo londinense de la droga, especializado en el cultivo y comercialización de la marihuana, quiere retirarse de los negocios. Su intención de traspasar el negocio provoca una guerra entre la “competencia”. Muchas bandas quieren heredar toda su rentable red comercial y Londres se convierte en el escenario de intentos de chantaje, conspiraciones, traiciones, secuestros, asesinatos, y todo tipo de violencia.
Durante la primera media hora, el espectador está perplejo porque no logra entender de qué va el diálogo entre Ray, la mano derecha de Pearson y Fletcher, un extraño personaje, sin que quede claro si es un detective privado, un policía o un matón chantajista. Sí queda claro que están en juego grandes cantidades de dinero por el comercio de la droga, entre bandas rivales. Fletcher lleva el hilo de la narración de todo lo que sabe como si fuera el guion de una película, lo cual permite que numerosos personajes desfilen por la pantalla, y que se pueda volver atrás y repetir la “secuencia” cuando conviene. Toda la trama está llena de referencias cinematográficas y Fletcher parece un cineasta que tiene una gran cantidad de información, sobre la que va creando sobre la marcha el guion de un interesante thriller.
En un momento dado el espectador comprende que también él forma parte de la historia, como testigo excepcional, porque ve todos los ángulos y asiste a todas las situaciones, como si viera una película dentro del cine. La mayor originalidad de la película es la confusión entre la trama que se desarrolla, repleta de violencia, tensión y sangre, y los comentarios sobre cine.
Un reparto de lujo da brillantez a una película que sorprende y divierte. Hugh Grant, en el misterioso personaje detective/cineasta; Matthew McConaughey, el capo a punto de jubilarse; Charlie Hunnam, como Ray, su interlocutor; Henry Golding, como Dry Eye, el peligroso oriental; y, sobre todo, Colin Farrell, como el pintoresco entrenador de boxeo de muchachos de barrios marginales. Es un thriller gamberro con diálogos divertidísmos (“¿Lo mataste tú?”, pregunta un gánster a un compañero de su profesión que acaba de arrojar por la ventana a un enemigo. “No –le responde-. Ha sido la ley de la gravedad”.
Entre risas y carcajadas, hay también momentos muy desagradables, pero que Guy Ritchie tiene el buen gusto de contarlas usando el fuera de campo. En conjunto es una película sin ninguna hondura ni en la trama ni en ninguno de los personajes, pero que entretiene y divierte.