NO SIN MI HIJA
Sarah es una astronauta francesa, separada de su marido y con una hija a su cargo. Ha sido seleccionada para formar parte del primer viaje tripulado a Marte. Para ella supone un gran logro profesional y la realización de un sueño por el que tanto ha luchado. Ahora tiene que afrontar el duro entrenamiento de los astronautas, siendo ella la única mujer en un mundo de hombres. Además, tiene un reto no menos difícil: debe prepararse para la larga separación de la pequeña Stella, de solo ocho años.
Durante meses, Sarah y sus dos compañeros, el americano Mike Shanon y el ruso Anton Ochievski, van a estar recluidos en la Agencia espacial europea en Colonia, en el centro de entrenamiento de cosmonautas, en la Ciudad de las estrellas, cerca de Moscú, y, finalmente, en el cosmódromo Baikonur, en Kazajistán.
Contrariamente a lo que cabría esperar, la magnífica película de Alice Winocour no nos ofrece un espectáculo de vuelos espaciales, con profusión de efectos especiales. El centro de interés es la situación personal de una mujer astronauta, que es una física brillante pero también una madre divorciada. Por tanto, una mujer dividida entre su vida profesional y su deber de madre. No es en absoluto un film feminista y eso le da mucho más valor al personaje como paradigma de tantas mujeres para quienes las oportunidades profesionales y la maternidad suponen a veces un conflicto dramático.
Hay que reconocer a Winocour el mérito de haberse documentado perfectamente hasta el punto que hay momentos en que uno casi tiene la impresión de estar viendo un documental sobre la rigurosa preparación física e intelectual de los astronautas antes de viajar al espacio.
Eva Green, impresionante, borda el papel de esa mujer que se esfuerza por afrontar los prejuicios machistas y por embridar sus propias flaquezas, sin renunciar ni a su propia femineidad, ni a la relación de ternura infinita con su hija adorada. En un mundo en el que las relaciones personales pueden estar lastradas por ambiciones y personalismos y en el que una mujer es a menudo reducida a objeto de deseo por parte del varón, Sarah debe luchar por hacerse su lugar.
Eva Green, totalmente involucrada dando vida a Sarah, lleva prácticamente todo el peso de la historia. El resto de los personajes pueden resultar un poco planos, figuras al servicio de un canto a las mujeres que deben luchar en solitario para alcanzar el puesto que les corresponde por su valía. Un trabajo excelente por parte de los actores –la pequeña Zélie Boulant, Matt Dillon, Lars Eidinger, Nancy Tate, Aleksey Fateev y todo el resto- consigue, sin embargo, dotarlos de calidez humana y hacerlos cercanos al espectador.
Lejos de la demagogia humillante de las “cuotas”, la película reivindica el lugar de la mujer en el ámbito laboral y lanza a los ojos del espectador un gran desafío para nuestra sociedad: asumir el compromiso de conciliar los derechos y obligaciones familiares con el pleno desarrollo de las capacidades de una persona, varón o mujer, para alcanzar cualquier meta en igualdad de oportunidades.
La historia no cae en ningún momento en el sentimentalismo lacrimógeno. Todo es austero y comedido, excepto un pequeño episodio inverosímil, que tampoco llega a enturbiar el equilibrio del guion.