MI AD(Ñ)ORADA FAMILIA
[Crítica cedida por Pantalla 90]Claire Simon fue la encargada de rodar un cortometraje en el instituto, Romain Rolland de Ivry-Sur-Seine, en los suburbios de París, en el aula de prácticas de los alumnos de première (16-17 años), en la especialidad de cine, sobre el tema de la soledad. Los estudiantes se involucraron de tal modo que el trabajo acabó convirtiéndose en un largometraje.
La cineasta parte del convencimiento de que la palabra, por sí misma, puede constituir una película, porque, cuando es veraz y sincera, es portadora de vida, revela experiencias humanas de hondo calado. Simon establece un diálogo cinematográfico en el que los adolescentes dialogan, a corazón abierto, de sus circunstancias personales, sus preocupaciones, sus sueños y sus soledades. El cine puede ser así de sencillo: una cámara y un grupo de adolescentes que, en el marco de su instituto, hablan y se escuchan, comparten sus vivencias y sentimientos. Nada más que esto, no hay acción, no hay espacios de ocio ni problemas académicos. Hay cine, una buena película.
Esta simplicidad en la técnica cinematográfica presenta de principio a fin algunos rasgos esenciales que proporcionan solidez a un guion muy peculiar: espacios, disposición de los personajes y los planos. Los espacios elegidos, dentro y fuera del recinto, resultan adecuados para dar intimidad sin ser necesariamente reductos cerrados (puede ser un rincón del instituto, sentados en el suelo, un banco al aire libre o hasta un supermercado o el autobús); los chicos se reúnen en grupos de no más de tres o cuatro como máximo, para que las confidencias fluyan fácilmente; primeros planos de las caras para captar sus pensamientos y sus emociones.
Cada escena se plantea como un diálogo espontáneo y sincero, con una mezcla de ingenuidad, camaradería y buen humor. Parece que no se sigue un guion preconcebido y que son los propios protagonistas quienes deciden tratar los temas que les brotan de dentro, con total confianza y sin ni preocuparse de disimular sus emociones. Así vemos cómo un mozarrón llamado Hugo, no puede evitar las lágrimas en cuanto nombra al padre, nunca presente pero siempre añorado en su vida. La película no ofrece así una mirada ajena, desde fuera, sobre la adolescencia, sino que es la mirada de los adolescentes, de dentro afuera, desde ellos mismos hacia el mundo exterior en el que les ha tocado vivir. Es muy interesante y da mucho que pensar. El tema recurrente, el que más les importa, es su familia, y expresan abiertamente que no quisieran cometer los mismos errores que sus padres. No los juzgan, solo expresan sus propias heridas y sus soledades. Pero se echa de menos algo de planificación para hacer avanzar el sentido de esas conversaciones. Se salta de un grupo a otro aleatoriamente y sus conversaciones resultan a veces repetitivas.
Son adolescentes, es decir, acaban de perder una infancia que, aunque no siempre les ha dejado buenos recuerdos, les brindaba seguridad y calor humano. Ahora, todavía no son adultos, no están preparados para asumir su propia responsabilidad en la vida, a pesar de que algunos se ven ya forzados a ello porque carecen de estabilidad familiar. La gran mayoría de esos chicos preceden de familias desestructuradas, hablan de sus madres, solas, con un salario que apenas si les da para sobrevivir, y de sus padres, a menudo ausentes. Cuando dicen “Mi padre no está muy presente”, no se refieren solo a la presencia física, sino al hecho de que el padre no se preocupa por el hijo, no forma parte activa de su vida.
Cada chico habla de su experiencia personal, pero de fondo hay un relato colectivo de etapa de vida tambaleante entre dos edades, paraíso perdido de la infancia y añoranza de los padres idealizados. Se trata, además, de una generación que debe sufrir la falta de estabilidad y solidez en las relaciones de los adultos, y ante esa realidad de desamor y fracasos, uno no puede por menos que sentir vértigo y temor por su propio futuro.
La película gustará mucho a los jóvenes, que fácilmente podrán verse reflejados en la pantalla. Pero son los padres los que deberían verla y plantearse si pueden, también ellos, reconocerse en la misma pantalla.