CONFESIÓN DE AMOR AL CINE
Un auditorio repleto de público. En el escenario, solos en un sillón, bajo los focos, los noventa espléndidos años de una fotógrafa, artista plástica, directora de cine, guionista, artista, profesora de universidad, pedagoga, directora de fotografía, productora de cine, profesora, editora de cine, actriz… y feminista. Es Agnès Varda que se dispone a dar una suerte de clase magistral, que será el hilo conductor de un magnífico documental en el que transmite su experiencia como directora de cine, explica su propia visión de la que ella llamaba “escritura de cine” y hace un recorrido por los títulos más representativos de su obra a lo largo de su vida.
Tras la muerte en 1990 de Jacques Demy, su segundo marido, Varda quiso rendirle un homenaje lírico y llevó a cabo la película Jacquot de Nantes, en la que mostraba la infancia de Demy, su temprano amor por el teatro y el cine y cómo, siendo muy joven, se compró una cámara con la que hizo su primera película de aficionado. Casi treinta años más tarde, la llamada “abuela de la nouvelle vague”, desde la atalaya de su avanzada edad, piensa que ha llegado el momento de rendir también un cierto tributo a su propia trayectoria artística. Como si todo estuviera calculado, Agnès falleció poco después de haber concluido la que sería no solo su última obra en el tiempo, sino la última en el sentido de suponer un broche final lleno de sentido.
Se muestra como una apasionada por el arte en general, pero la fotografía y el cine ocuparon un lugar muy especial en su corazón. Habíamos visto sus magníficas fotografías, ahora conocemos pequeños detalles íntimos, como que no se conformaba con el retrato de una persona, sino que quería ver su reacción al contemplarse, para captar también esa expresión. Y dentro del cine, su preferencia se inclinó, sin duda, por el documental.
Pero también hay espacio para alguna confidencia personal, como el pavor que la invadió al llegar a los 80 años, Aunque luego aclara que al convertirse en nonagenaria, el pánico dejó lugar a la paz interior y a la ilusión por emprender nuevos proyectos. Recuerda también cuando, después del éxito de Jacques Demy como guionista y director de Les parapluies de Cherbourg, dejaron Europa y se trasladaron a vivir a Los Ángeles. Deja aflorar de los rincones de su memoria algunos de los grandes con los que tuvo ocasión de trabajar, como Alain Delon, Catherine Deneuve y Robert de Niro, pero no hace referencia al que había sido su gran amigo, Jean-Luc Godard, quien tan mal se portó con ella a propósito del rodaje de Caras y lugares.
No es un documental laudatorio, sino ponderado, que no evita nombrar sus fracasos ni algunas críticas que recibió. Si hubiera pretendido ensalzarse a sí misma, hubiera hecho un documental experimental como era habitual en ella. Sin embargo, en este caso, es como si cediera el protagonismo al cine y ella, un caso particular, se mantuviera en una posición discreta. Es Varda vista por “Agnès”, cierto, pero en su persona y su trabajo, se rinde homenaje de amor y admiración al cine y al oficio de cineasta.
La película gustará mucho a los que conozcan a Varda en todas sus facetas y será de gran interés para aquellos que tal vez no sepan todos los campos en los que Varda vivió y plasmó su pasión por el arte. Para todos, es una gran película documental