[Crítica cedida por Pantalla90]
LA SOBERBIA DE CREERSE UN SUPERHOMBRE
En su documental Tres idénticos desconocidos, Tim Wardle narra la increíble historia de tres trillizos estadounidenses, Bobby Shafran, Eddy Galland y David Kellman, que hasta los 19 años no supieron que tenían hermanos. Los inicios de su encuentro tuvieron lugar en 1980, cuando Bobby entró en la universidad de Sullivan County, al norte de Nueva York. Allí se entera de que existe un auténtico doble suyo, Eddy Galland, que ha sido alumno del centro. Cuando finalmente pueden verse frente a frente, se quedan estupefactos: su parecido es extraordinario, las mismas manos, los mismos gestos y hasta los mismos gustos.
La prensa se interesa por su historia, que pronto se convierte en noticia. Y eso da lugar a otro capítulo inesperado: David Kellman descubre las fotos de esos mellizos que se le parecen enormemente, nacieron el mismo día que él y, como él, son adoptados.
La reunión de los tres hermanos causa sensación en la opinión pública y, de la noche a la mañana, los trillizos se hacen famosos, acuden a platós de televisión, conceden entrevistas y se dejan ver en locales de moda. Sin embargo, la felicidad de su encuentro se ve empañada por un descubrimiento harto inquietante: su separación cuando solo tenían seis meses no fue fruto de la casualidad, sino que formaba parte de un proyecto experimental sobre la influencia de la herencia genética y de lo adquirido a partir de la interacción social. El responsable de la investigación era el austriaco residente en EE.UU., Peter Neubauer, psiquiatra y psicoanalista, muy influido por la también psicoanalista Anna Freud, hija del célebre psiquiatra Sigmund Freud. Entonces los hermanos comprenden que tras las aparentemente rutinarias visitas de ciertos inspectores durante la infancia de los niños, en realidad se escondía un trabajo llevado en secreto sobre la evolución de trillizos en entornos familiares diversos.
Tim Wardle ha tenido el coraje de seguir hasta el fondo esa triste historia, mediante interesantes entrevistas a los protagonistas, a sus respectivas familias, y a periodistas y científicos que estuvieron más o menos involucrados en el caso. Intercala fotografías antiguas, algunas grabaciones televisivas, y hasta se permite algunas dramatizaciones de ficción para agilizar el hilo narrativo del documental.
La película se sigue con mucho interés, tanto por lo que es la historia de los trillizos cuanto por lo que el experimento tiene de estremecedor. Es impresionante cómo Neubauer, un hombre superviviente del holocausto, pudo deslizarse hacia un trabajo de investigación sin ningún respeto por el ser humano. Trató a los niños como cobayas de laboratorio, situándose a sí mismo en una atalaya de superioridad como un superhombre autorizado para manipular vidas humanas. Neubauer quería averiguar qué ejercía mayor influencia, la carga genética o las condiciones culturales específicas en que se desarrolla el individuo y para ello no dudó en utilizar vidas humanas -niños en adopción y familias dispuestas a acogerlos- combinándolos a su antojo y observándolos después, sin ningún respeto por su dignidad ni por su derecho a la verdad.
Además, la película da que pensar sobre la vieja cuestión a propósito de la formación de la personalidad. Pero, como es frecuente que suceda todavía hoy, se olvida un factor determinante, que es el libre albedrío. A la dramática pregunta que queda flotando en el aire al final del film sobre la predeterminación y el sueño de la libertad, hay que responder que, efectivamente, cada ser humano tiene una personalidad concreta, en cuya formación han contribuido tanto factores genéticos como las influencias ambientales, pero ningún hombre está predeterminado para actuar de un modo o de otro. El ser humano tiene libre albedrío, es decir, tiene libertad para decidir sobre sus actitudes y sus actos. Es capaz de autodominio, de ejercer control sobre sí mismo, sobre sus impulsos, tendencias, pulsiones, etc. Y porque es libre, capaz de ser señor de sí mismo, el hombre es un ser ético, responsable de su forma de actuar. Peter Neubauer actuó libremente, de forma éticamente reprobable y, por tanto, él, su equipo y las instituciones que los protegieron son responsables de lo que hicieron y del dolor que causaron.
Una película documental muy interesante que invita, además, a la reflexión y el diálogo.