UNA QUIETUD SIN SOSIEGO
Augusto, el patriarca de la familia, ha sufrido un infarto que lo ha dejado postrado en cama, lleno de tubos que lo mantienen con un hálito de vida. Con ese motivo, su hija Eugenia regresa a casa, desde París, donde vive con Vincent, su marido. Su llegada es motivo de gran alegría para su hermana Mia, con la que siempre han estado muy unidas, y para su madre Esmeralda, que la adora tanto como desprecia a su otra hija.
La Quietud es el nombre de la magnífica hacienda de la familia, con una casa espectacular. Un marco idílico para unos acontecimientos sombríos y unos personajes sinuosos. Alrededor del padre moribundo, van a surgir oscuros secretos de familia, que remiten a los luctuosos acontecimientos en la Argentina de la dictadura militar.
Pablo Trapero, director y guionista, nos ofrece una película bien realizada, con un trabajo actoral notable, muy especialmente las tres actrices principales. Martina Gusman como Mia y Berenice Bejo, dando vida a Eugenia, resultan tan creíbles como hermanas, que hay momentos en que incluso es fácil confundirlas. Graciela Borges, la retorcida matriarca Esmeralda, está inconmensurable en su papel de madre amante, que oculta a un ser monstruoso, que se va desvelando gradualmente, a menuda que se descubre la historia familiar oculta hasta saber por qué son dueños de la apacible finca La quietud.
Pero los elogios a la factura del film y a la labor del elenco no pueden hacerse extensivos al guion, que es un auténtico folletín. Bien estructurado, es verdad, con una primera parte más contenida -aunque ya se dejan ver todos los elementos de infidelidad, traición, falta de escrúpulos…-, antes de que se desate toda la tormenta de furia y odio. Sin embargo, el conjunto es un inquietante culebrón televisivo, que vincula bastante artificialmente un dramón familiar con la situación política del país.
Desde la escabrosa escena casi inicial del film, de las dos hermanas con fantasías eróticas, hasta el desenlace final, todo suena exageradamente falso e impostado: una madre y una hija que se odian mutuamente, no se sabe por qué; pasiones inconfesables; sexo absurdo y casi incestuoso; amantes intercambiables; horribles mentiras ocultas; una persona (reflejo de un país) que mata con indiferencia; maternidad, no como amor incondicional, sino solo como satisfacción de un deseo… Todo resulta sórdido y poco verosímil.
Unos personajes que no sean creíbles -por muy bien interpretados que estén, como es el caso- no pueden hacerse cercanos al espectador. En la trama, tan folletinescamente complicada, se acumulan los giros imprevistos, pero, aunque algunos nos pongan los pelos de punta y otros nos den nauseas, tampoco consiguen que el espectador se sienta implicado.
Las telenovelas mejor en la tele… para poder cambiar de canal.