LA VOZ DEL ENEMIGO INVISIBLE
Desierto de Irak, 2017. Algunas empresas civiles han comenzado la reconstrucción del país después del prematuro anuncio por parte del Presidente George W. Bush del fin de las hostilidades. Dos sargentos americanos, Shane Matthews y Allen Isaac, tienen la misión de proteger un oleoducto que ha sufrido una emboscada que ha ocasionado varios muertos entre los ingenieros de la empresa encargada de los trabajos y los soldados que los protegían. Después de muchas horas de observación desde sus puestos, con una calma y un silencio absolutos en el ambiente desértico, uno de los americanos se aventura a bajar de su escondite, convencido de que no hay nadie en los alrededores, mientras su compañero observa a través de un visor, arma en mano para cubrirlo de cualquier contingencia imprevista. Pero una bala surge no se sabe de dónde y Matthews queda tumbado en el suelo herido de gravedad. Allen se lanza hacia él para socorrerlo, corriendo en zigzag para evitar ser un blanco fácil, pero el invisible francotirador irakí consigue herirlo en la pierna, perforar su cantimplora para dejarlo sin agua y alcanzar la antena de la radio para que no pueda comunicarse con la base. Con dificultad, consigue refugiarse tras un pequeño muro medio derruido para escapar de las balas del yihadista al que no ven, pero saben que los está acechando. Allí, del otro lado de esa pequeña pared en ruinas, casi esperando ser definitivamente aniquilado, se enfrenta al enemigo irakí en un curioso diálogo a través de la radio.
Entonces empieza un juego dialéctico de una gran tensión a pesar de que el núcleo de la acción se desarrolla en un contexto tan reducido. El herido se mueve constantemente de un sitio a otro de la longitud del muro, y tampoco la cámara permanece estática, sino que le sigue, aun en ese espacio tan pequeño. Además, Juba, el francotirador irakí está alejado del muro, y, aunque no lo vemos en ningún momento, su voz es una referencia que ensancha el campo visual, así como el viejo visor de Allen paseo nuestra mirada por los alrededores, con lo cual se evita en todo momento la sensación agobiante o claustrofóbica.
En el diálogo del francotirador con su víctima, Juba, un hombre culto que, antes de la guerra, era profesor de literatura en Bagdad, citando a Edgar Allan Poe, explica por qué lo dejó todo y se unió a la lucha armada. Y le pregunta al americano por qué permanece él en Irak y por qué los americanos no han abandonado el país si la guerra teóricamente ya ha terminado. La lucha dialéctica entre ambos es una guerra de voluntades enfrentadas, con un despliegue de la inteligencia buscando la mejor táctica para herir al enemigo en lo más profundo.
El film crea suspense de principio a fin y mantiene al espectador clavado en su silla, reteniendo el aliento, sin osar casi ni respirar, pero, al mismo tiempo, da mucho que pensar sobre el carácter simbólico del título, el muro que protege, pero que también aísla, divide a los hombres en francotiradores, unos contra otros. Tal vez una mirada abierta sobre el otro, sin barreras, permitiría comprender al ser humano que tenemos en frente. Tal vez. El ritmo es muy bueno, la tensión no afloja ni por un instante, y el desenlace, inesperado, es, sin duda, lo mejor.